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miércoles, 6 de agosto de 2014

REPRESALIADOS EN ZONA REPUBLICANA, la mayoría entre julio y diciembre de 1936. Sureste de Madrid.

Arganda del Rey
En Arganda del Rey contamos con el testimonio redactado en 1939 de Manuel Castro Reñina[1], además de un informe oficial del Ayuntamiento de Arganda (impreso) sobre los daños causados en la ciudad y el término municipal durante la guerra donde se proponían fórmulas para su reparación[2]. Según el interesante documento de Castro Reñina ya se notaba un estado prerrevolucionario entre febrero y julio del 36. El descontento se manifestaba a través de los trabajadores en paro con huelgas y conflictos laborales. Una Comisión Gestora sustituyó al Ayuntamiento (por los sucesos del 34) y la política municipal pasaba de tener como objetivo un programa de mejora local a cuestiones sociales. En esta etapa la iglesia parroquial se cerró en Semana Santa porque los curas fueron atacados, un obrero de derechas murió de forma violenta, hubo un herido grave por disparo en el motín contra el Casino, se asaltó el local de Juventudes de Acción Popular (JAP), se produjo el forzado traslado de domicilio a la capital de algunos destacados argandeños por su seguridad, se colocaron petardos en la iglesia, la casa del cura y el ayuntamiento, se produjeron reuniones políticas exaltadas, manifestaciones, etc.
El 18 de julio salían del pueblo las fuerzas de la Guardia Civil y saltaban a la calle grupos revolucionarios que requisaron todo tipo de armas fundando el “Comité”, de carácter socialista, que organizaba patrullas armadas, controles y requisaba algunos automóviles, mientras se producía mucho movimiento de grupos revolucionarios que contactaron con otros en Madrid y pueblos cercanos. La caída del Cuartel de la Montaña de Madrid provocó la llegada de una algarada de milicianos armados en automóviles y camiones desde Puente de Vallecas que robaron tiendas y estancos, en nombre del proletariado y bajo la consigna UHP. A los pocos días moría el primer argandeño, propietario, comenzando las incautaciones y las persecuciones políticas. El resultado fue cerca de medio centenar de vecinos asesinados bajo el puño levantado de miseria y sudor en combinación con la cara dura, la mala educación y el oportunismo del momento. Para muchos la revolución social no era el reparto de los bienes entre todos por igual sino, más bien, arrebatar aquellos de sus propietarios para tormarlos dando la vuelta a una tortilla salpicada con deseo y venganza. Pero para hacer una buena tortilla hacía falta un par de huevos y esto no abundaba en aquella España de pandereta.
Organizada una milicia local, que defendería la llegada de los supuestos sublevados a la población, fue enviada armada a la sierra. Desde Arganda se suministraban víveres como vino y aceite a los cuarteles de Madrid, sedes políticas y sindicales. La población se debía mover con salvoconductos, aparecían cadáveres asesinados en la localidad y llegaron rumores que en Vaciamadrid habían aparecido cientos de asesinados (la mayoría presos de cárceles madrileñas). El propio Comité temía a los anarquistas a los que contentaban dándoles víveres. Milicianos armados de Puente de Vallecas llegaron en camiones buscando víctimas en pueblos alejados de la capital y pasaron por la carretera con otros destinos cercanos. Al medio centenar de asesinatos de vecinos en Arganda había que añadir una veintena de cadáveres que aparecieron en el término municipal que sumaban aproximadamente 70 ejecuciones arbitrarias. La iglesia parroquial fue destruida y profanada junto a las ermitas de la Soledad, San Roque y Santo Sepulcro. La ola revolucionaria se llevó por delante a vecinos que eran monárquicos, miembros de JAP, Falange, Acción Popular, pero en general eran identificados como personas de derechas, sin filiación política oficial pero simpatizantes. Al menos una decena de ellos estuvieron en la Cárcel Modelo y murieron paseados, otros ocho en la Checa de Fomento, lo que sumaban casi la mitad de los asesinados. Los dirigentes políticos locales trataban de eliminar responsabilidades ante los ojos de sus vecinos. Así cayeron ejecutados en Morata los vecinos de Arganda Juan José Sánchez Santolaya y Eugenio García Hernández.
El argandeño José Olivares del Toro fue asesinado en las inmediaciones de la Casa Vázquez (Vallecas) junto a otro individuo de unos 28 años que portaba un pañuelo con la inicial “G” (4/08/36)[3], probablemente ambos habían estado en una checa de Madrid. Entre los asesinados de Arganda tan solo había dos individuos cuyo nombre empezaba por esa letra, Gregorio Mora Gómez y Gabriel Cuellar Sánchez. Es probable que el pañuelo perteneciese a uno de los dos. En Arganda se produjo la ejecución el 9/08/36 de la vecina de Morata Flora Navarro Sánchez[4], ya que un testigo, Lorenzo Casado Roldán, vio como la metían en un coche los vecinos de Morata “Matacuras” y Víctor Martínez (Gozalo) entre gritos de auxilio[5]. La víctima está enterrada en el Cementerio de Arganda del Rey porque fue asesinada a las afueras de esta ciudad y también tenemos noticias de como el 20 de agosto del 36 era fulminado el sacerdote Isidro Martínez de León. El argandeño Francisco Pérez Mateos, 27 años, secretario de la fábrica de azucar de La Poveda fue detenido porque su suegro Cleto Alonso-Geta Vega era un labrador que había ejercido como concejal del Frente Popular en Loeches[6]. En la misma operación milicianos de Loeches asesinaban al exconcejal, un hermano, su hija y su yerno. La mancha estigmatizaba a toda la familia. Algunos obreros[7] detuvieron entre La Poveda y Arganda al chófer Enrique Alonso Villalba que fue conducido al Hotel Mariscal de Madrid perdiéndose la pista de su paradero en Cuatro Caminos, asesinado.
Rafael Rollán Díaz y Rafael Rollán Sánchez, padre e hijo, fueron detenidos el 24 de septiembre del 36 y conducidos en compañía de 34 milicianos de Arganda a la Checa de Fomento (Madrid). Fueron asesinados allí junto a otra media docena. Emilio Palomo condujo a las víctimas a la checa, Mariano Cabo y el miembro del SIM José Quesada estuvieron en el lugar del asesinato como protagonistas[8].
Por la calle de Alcalá, en Madrid, fue detenido el vecino de La Poveda Félix Lizárraga Martínez (afiliado a Acción Popular) por los argandeños Mariano Castejón Sanz y José Quesada un 26 de septiembre del 36. Condujeron a su paisano a la Comisaría del Centro y luego a la Checa de Fomento. Desapareció desde entonces, ejecutado. Otra argandeña, María Martínez, afirmó ante la novia del asesinado Tomasa Santero, que su cadáver había quedado en la carretera de Vallecas. La tal María Martínez resultó estar casada “con un individuo que se dedicaba a asesinar durante el dominio rojo[9]. Las noticias de los asesinatos llegaban a veces de manera sorprendente, pero se conseguían. Por ejemplo Miguel Portero Larriba (46 años, herrero falangista) fue detenido en Arganda por vecinos de esta (Mariano Dones, Mariano Atienza y Ramón Urien) el 1 de diciembre del 36 y dos días después era ejecutado por ocho vecinos argandeños en Loeches, quedando enterrado en aquel pueblo[10]. Huído de Arganda del Rey el industrial Vicente Millán Sánchez se escondió en una pensión en Madrid. Sin embargo milicianos de Arganda lo detuvieron el 3 de octubre del 36 trayéndolo de vuelta al pueblo donde fue torturado haciéndole cavar su propia fosa y fue ejecutado tras haberle sacado los ojos[11]. Al menos así lo cuentan sus familiares. La diversión de los ejecutores se completaba dándole publicidad a su estupidez.
Además de los citados completaron aquel medio centenar de ejecutados José Ahijón Albarracín, Leopoldo Calvo Sánchez, Juan Calleja García, Teresiano Cebrián Milano, Juan José de la Torre García, José Espliguero Maroto, Franciso Esteban Mesonero, Cipriano Fernández Mateo, Manuel García Majolero, Julián García Riaza, Juan Antonio García Rinconada, Ramón García Sanz, Pascual y Remigia González Rodrigo, Ricardo Majolero Moreno, Emilio Maroto Espliguero, Tomás Martínez Tejero, Nicolás y Pablo Morago Orejón, Eduardo Moreno Santolaya, Manuel Orejón del Toro, Pablo Orejón Guillén, Antonio Plaza García, José Riaza González, José Torres Arias, Miguel Salvanés Olivares, Enrique Sánchez Cuellar, Cipriano Sánchez García, Eduardo, Emilio Sanz Orejón, Mariano Sardinero González, Francisco Saro Moreno, José María Vadillo Santander, Eugenio Valdeolivas Salvanés, Juan Manuel y Matías Vedía López, Eusebio Villalvilla Sardinero y Eduardo Yepes Sardinero[12]. Sus nombres aun están expuestos públicamente en la plaza principal junto al templo parroquial.    
La iglesia de Arganda del Rey fue arrasada y utilizada como garaje y almacén (parque móvil de camiones militares, plaza de abastos y albergue de animales[13]). El templo dejaba de anotar bautizos, bodas y fallecimientos. Con fecha de 13 de julio de 1936 se da el último entierro y se interrumpe hasta el 3 de abril de 1939[14].  El 17 de abril de 1939 se iniciaban los bautizos en la parroquia de San Juan Bautista de Arganda con un niño nacido el 25 de junio de 1937. Son muchos los crios que vinieron al mundo durante la guerra bautizados a partir del 39. El 19 de abril de aquel año se bautizaba a un hijo natural nacido el 28 de agosto de 1936 y legitimado (aparece tachado natural por legitimado) tras la boda de sus padres en mayo de 1939[15]. Y es que las normas y costumbres habían variado aceleradamente en aquellos años por la guerra y la revolución social. La parroquia local organizaba una situación alterada por los acontecimientos.
Un hecho destacado en la religiosidad local fue la protección de la Virgen de la Soledad por la devoción local. El Comité del Frente Popular de Arganda (23 de julio del 36) ocultó en el castillo-asilo de ancianos la imagen para salvarla de los milicianos de Puente de Vallecas, que se dedicaban a destrozar las esculturas religiosas y a quemar los templos. La ermita de la Virgen fue saqueada y sirvió como acuartelamiento de una compañía de las Brigadas Internacionales que usaron algunas partes artísticas (sobre todo retablos) como combustible para el rancho[16]. La Casa del Rey se convirtió en “Taller para arreglo y precisión de armamento”, sirviendo la ermita de la Virgen como blanco de ametralladoras y fusiles[17].
Manuel Castro Reñina[18] señala como a partir de 1937 se iniciaba otra etapa de la guerra para Arganda ya que se estabilizó el frente en febrero precisamente en las proximidades del pueblo. Comenzaron las levas de voluntarios para las Milicias del Puente de Arganda en el Batallón Presidencial llegando al pueblo el Batallón Toledo de la Columna anarquista Del Rosal. Estos se alojaron en la Casa del Rey destrozándola interiormente y requisando de forma violenta víveres en Arganda. La Columna del Rosal desde su creación se dedicó al saqueo y al asesinato destacando por su pillaje en el sector Valdecuenca (Teruel). Mandaba estos soldados uno de los anarquistas más significados de la región centro, Marcelo Hernández Saez[19] alias El Barbas, sujeto sin escrúpulos que había destacado en Vallecas por asesinar y sobre todo por haber preparado unas ametralladoras a la salida de la Estación de Vallecas para matar a los presos que procedían de Jaén y llevaban destino Alcalá de Henares (los trenes de la muerte). Esta columna había sido formada por el Comité de Defensa de Madrid, presidido por Eduardo Val, acuartelados en Cinema Europa y Monte Esquinza en la capital[20]. “El Barbas” había sido el mayor responsable, junto a “El Catalán”, de los doscientos asesinatos del Tren de la Muerte. Ambos personajes merodearon por los pueblos del sureste de Madrid durante la guerra.
Castro Reñina relata como después llegaba huyendo la Columna de Lister desde el Cerro de los Ángeles permaneciendo aquí unos días y a continuación (al tomar La Marañosa) se concentraron en la población las Brigadas Internacionales, milicias, regulares y carabineros con artillería y tanques. La Comandancia Militar pidió al Ayuntamiento y al Comité casas para alojar las fuerzas militares. Las viviendas fueron desvalijadas al marcharse estas tropas y las que vinieron de nuevo exigieron también que estuviesen amuebladas. Además las tropas demandaban caballerías, carros, coches, camiones, etc. Cuando se marcharon los militares el vecindario entraba a robar también lo poco que habían dejado. El pueblo fue saqueado porque los soldados quemaban puertas, escaleras, techumbres, etc., para protegerse del frío invierno. Ante la protesta de las autoridades locales a los mandos militares estos no detuvieron los robos porque ellos mismos practicaban el saqueo. El Comandante Militar Julián Escribano Mateo intentó que las Brigadas Internacionales no saquearan una vivienda pero pusieron centinelas en las calles de acceso y se lo llevaron todo en camiones, salvo un piano que no sabrían tocar. El Comandante no pudo romper el cerco de los soldados al querer evitar el atraco.  
El soviético Koltsov al tratar de desmentir los frecuentes saqueos de los anarquistas en la guerra lo justifica de manera tan infantil que resulta hasta sorprendentemente burda: “No es cierto que los anarquistas desvalijen tiendas y viviendas; quizá se trata sólo de gente del hampa que utiliza la bandera rojinegra[21]. O quizás eran los mismos. Según Castro Reñina la población estuvo tomada por numerosas fuerzas militares como la 13 División, 5ª Brigada de Carabineros, 107 y 110 Brigada Mixta, más fuerzas de fortificaciones, controles de carreteras, artillería, tanques, transportes, etc. Los campos argandeños se llenaron de trincheras, fortines y nidos de ametralladoras que evolucionaron de unas primeras de madera a otras de cemento y hierro. Los soldados vivieron al raso en los campos y las casas de labor se usaron como puestos de artillería, munición, hospitales, etc. El término aguantó dos inviernos de saqueo y los soldados se llevaban a sus familias en Madrid la aceituna, la uva y la remolacha de los campos. El testimonio nos ofrece la imagen de unas tropas mal alimentadas que debían comer en el terreno para mayor pesadilla de la población. Si los pueblos españoles sufrieron la desgracia de la guerra además los que estuvieron en el frente fueron saqueados por sus propias tropas defensoras. Un pueblo como Arganda no necesitaba a las partidas enemigas para que lo desvalijasen, ya lo hacían sus defensores.
La Brigada de Carabineros de ellos solo tenía el nombre ya que se transformaron en unas milicias mejor pagadas. Sólo habían quedado unos 500 carabineros en las provincias dominadas por el Frente Popular y para elevar su número se reclutó a varios miles de hombres[22]. La 110 Brigada Mixta formaba parte del Ejército del Centro bajo dirección de Miaja hasta que este fue nombrado Jefe del Ejército de Levante por lo que fue sustituido por Casado. Es de gran interés el testimonio del Comandante Juan del Águila Aguilera del Tercer Cuerpo del Ejército del Centro. Este disponía de un asesor soviético como agregado que era Coronel del Ejército de la URSS y la propia 110 Brigada Mixta contaba con un oficial del Ejército de la URSS cuya misión era adiestrar a los soldados en el nuevo armamento soviético mientras esta brigada vigilaba el Frente del Jarama. Juan del Águila dirigía el Batallón Floreal (organizado por un anarquista llamado Floreal Heredia que había fallecido) y señalaba un destacamento situado en el Campamento de Viator, Almería, al mando de un tipógrafo apellidado Bonilla y en donde ejecutaron a “un grupo de presos nacionales”. Por su responsabilidad tuvo la oportunidad de relaccionarse con Miaja, Casado, el comunista Jesús Hernández, Comisario General del Ejército Rojo, y en alguna ocasión fue acompañado por un tal “Alberti”[23]. La verdadera historia del poeta Rafael Alberti parece que está por contar.
El Comité del Frente Popular practicó la represión sobre los habitantes de Arganda. Entre sus funciones estuvo la de ocupar y saquear numerosas viviendas de represaliados. Cerca de 80 casas (60 urbanas y 20 de campo) fueron tomadas, saqueadas o destruidas por la propia guerra o diferentes entidades tales como la Comandancia Militar de Arganda, las múltiples milicias, el Sindicato de Artes Blancas, las Brigadas Internacionales, la Casa del Pueblo, la Cooperativa Agrícola, el Comité del Frente Popular local, el PSOE o el Comité de la Columna anarquista Del Rosal de Cipriano Mera. También edificios emblemáticos para la localidad fueron destruidos como “La Isla”, las Escuelas Nacionales, la Azucarera de La Poveda[24], la alcoholera, los barrios de Casa de Postas y de Puente de Arganda, el grupo de casas “La Asperilla”, la mayoría de las bodegas, tres almazaras de aceite de oliva y una panificadora, las ermitas y la iglesia parroquial, así como fincas de viñas, olivas y arboleda.
De especial significación para los revolucionarios era ensañarse con los edificios religiosos por su marcado anticlericalismo. Paul Preston da una extraña opinión señalando como fue “un favor a los rebeldes” la destrucción de iglesias y los asesinatos a religiosos[25]. El comité y las milicias locales destruyeron en la parroquial los altares, ornamentos, imágenes, el órgano e incluso provocaron grandes desperfectos en el propio edificio arquitectónico. Las ermitas fueron saqueadas, destruidos los objetos sagrados y casi aniquilados los pequeños edificios de culto. La ciudadanía de Arganda no necesitó el paso de las temibles tropas moras o legionarias, tan solo con las tropas defensoras y las diferentes organizaciones políticas y sindicales fueron suficientes para que la población sufriera el caos de la ocupación. Con estas tropas amigas no necesitaron enemigos. De entre los nuevos vecinos temporales, había un tal “Pérez” de la 28 Brigada Mixta que en el frente de Somosierra reconoció a Isidoro de la Mata como una persona de derechas “…y le pegó un tiro”. Supuestamente se había intentado pasar a las tropas franquistas[26], o eso dijeron oficialmente. Tras la guerra fue investigado sin dar con su paradero. No se quedó a dar explicaciones.
El 28 de marzo de 1939 se liberaba la capital de España y con ello también Arganda. El pueblo en masa bajó a la Virgen de la Soledad del edificio del castillo-asilo y se realizó una misa en la plaza dirigida por el capellán del Regimiento de Ceriñola, que fueron las fuerzas que tomaron el pueblo[27]. Algunos vecinos fueron detenidos, aunque otros habían huido por si las moscas. El Comité local había incautado los bienes de las corporaciones religiosas locales. En 1939 se conocía que “por disposición del gobierno de la República habían pasado al extranjero”. En Figueras (Gerona) “unas grandes sacas de lona en mal estado de conservación” se habían podido recuperar. Entre las joyas de aquellos sacos estaba la corona de la Virgen de la Soledad y otros adornos que finalmente fueron recuperados[28]. Milagrosamente no llegaron a su destino que era la venta y fundición en territorio francés. Las prisas por atravesar la frontera y el peso de las joyas conservaron la corona para la devoción local.
Belmonte de Tajo
Como dicen en este pueblo: “Buenos y tontos se confunden al pronto”. En Belmonte los revolucionarios, insatisfechos con la realidad social e imbuidos por el odio anticlerical, asaltaron y destruyeron la iglesia parroquial de Nuestra Señora de La Estrella y la ermita de la Virgen de la O[29], ambas edificaciones del siglo XVI, siendo saqueadas junto a la Casa Rectoral del Obispado, el Casino, Cinelandia, las Escuelas Católicas y la casa de Ascensión Haro. Cinco vecinos fueron asesinados[30], todos labradores (13 de agosto del 36) y apareciendo sus cadáveres en término de Arganda. Sobre este asesinato Vicente Haro declaraba que la iglesia del pueblo se había convertido en checa y los llevaron hacia Arganda al lugar llamado El Campillo donde los llevaron seis vecinos de Belmonte para ser asesinados. De los seis secuestrados en una camioneta para su ejecución uno se debió salvar porque al día siguiente cuando los del Comité de Belmonte fueron para certificar la “limpieza” se encontraron tan solo cinco cadáveres y ante la pregunta de donde estaba el sexto un tal “Julián” afirmó: “Bien muertos están”. Aunque lo cierto es que oficialmente tan sólo se conocen cinco asesinados. Quizás hubo algún trato de por medio en donde el dinero o la familia fueron los ejes para que no fuera asesinado el sexto hombre, aunque los vecinos cuentan hoy que el sexto hombre se tiró del camión en el traslado quedando herido y escondido[31] en la noche. Uno de los asesinados era Valentín Cepeda Torresano que fue detenido en un lugar llamado El Orcajuelo, llevado a la iglesia-prisión y luego asesinado junto a los otros cuatro[32]. El sexto hombre debió tener una gran agilidad para salvar su vida. Los responsables, denominados inductores, eran del pueblo y los autores del crimen de los cinco desgraciados eran de Morata de Tajuña: El Pulga, El Peregilero y otros 15 milicianos. También aparecieron los cadáveres de nueve individuos en el término municipal de Belmonte, tres de ellos apellidados Soto del Rey (Magdalena/María/Ramona) eran vecinas de Fuentidueña que habían sido asesinadas por las milicias de Villarejo de Salvanés, otros tres vecinos de Villarejo ejecutados por los milicianos de su pueblo y dos individuos más acribillados por milicianos de Colmenar de Oreja. Es evidente la colaboración entre los diferentes comités para la purga en la retaguardia, tanto entre madrileños y estos pueblos como entre ellos mismos. Los parias de la tierra en famélica legión buscaron el fin de la opresión haciéndo añicos su pasado esclavo y agrupados pretendieron subvertir el orden burgués por un ensayo literario de páginas caducas y letras ensangrentadas.
Brea de Tajo
Nueve vecinos derechistas[33], entre ellos dos antiguos alcaldes, fueron asesinados a las afueras de la localidad y se sospechaba de una cuarentena de personas del pueblo. La vecina María Ruiz Ayuso con 16 años se encontraba el 22 de septiembre del 36 en el Cuartel de la Montaña de donde, junto a otro miliciano, sacaron al vecino de Brea Félix López Jiménez en un coche y lo asesinaron. Esta fue miliciana en el frente en distintas ocasiones y al acabar la guerra sería condenada a 20 años de prisión[34]. Su edad en el momento de los hechos evitó que la fusilaran en la tapia del Cementerio del Este de Madrid. El 26 de noviembre de 1942 Miguel Martínez Martínez, 24 años, fue acusado del asesinato del cacique de Brea de Tajo Jaime Díaz Conthe, por lo que fue fusilado[35]. La justicia militar franquista trató de lavar los asesinatos con más sangre.
Como en el resto de los pueblos el anticlericalismo provocó que los centros religiosos fueran objetivos revolucionarios. La iglesia de La Asunción alberga aun el frontal del órgano más antiguo (siglo XVII) de la Comunidad de Madrid pese a su destrozo en la guerra civil, aunque los retablos, altares y utensilios de la iglesia fueron destruidos y las imágenes quemadas en el campo.
            Encarnación Navarro, viuda del Comandante médico Julián Conthe Monterroso, denunciaba tras la guerra que su marido había sido detenido y llevado a la Checa de Fomento el 1 de octubre del 36 (asesinado tres días después en la carretera de Alcalá). La viuda señalaba como responsables a “Narciso Izquierdo, alcalde y maestro de Brea de Tajo (Madrid), quien con José García Lebrún (encargado del Monte Robledal del mismo pueblo) y bajo la dirección de este y con 30 Guardias de Asalto al mando de un Teniente fueron conducidos por el Alcalde a la finca del Sr. Conthe -Valdehormeña- término de Pastrana (Guadalajara), oyéndose al guardia del Robledo El Eugenio Fraile que bajaban a fusilar al Sr. Conthe y toda su familia, manifestación que fue confirmada al Guarda por los policías, de que ya había sido fusilado[36]. Probablemente su ubicación en aquella finca había sido para evitar precisamente que cayera en manos de los del comité del pueblo pero estos fueron hasta la tierra de Pastrana para eliminarlo, objetivo que cumplieron. El programa de exterminio continuaba para mayor gloria de la revolución.
            El Jefe de Falange de Brea de Tajo, Isidro Moratilla Sánchez, se había refugiado en la casa de su hermano en Olmeda de la Cebolla (Madrid). Varios milicianos de Brea fueron a detenerle y le condujeron el 21 de agosto del 36 a la cárcel del pueblo siendo torturado salvajemente (corte de orejas y lengua, extracción de ojos, etc.) y después sacado para ser asesinado en Valdaracete. Algunos de los que lo detuvieron fueron Melitón Ruiz alias “El Batuta”, otro llamado “El Capilla”, Eleuterio Sánchez Lozano y algunos milicianos más[37]. Además se tiene noticia del asesinato del vecino Antonio Díaz Baeza[38] en la misma línea depurativa de “higiene social”. El pueblo, como los demás, armó unas tropas que daban palizas con furor a civiles desarmados en lugar de luchar en el frente con el corazón resistiendo contra soldados armados. La guerra tenía dos frentes el de los valientes y el de los cobardes. Desde estas poblaciones del sureste madrileño no faltaron voluntarios para uno y otro lugar, frentes de héroes y miserables.
Carabaña
En este pueblo se nombró una comisión gestora de gobierno el 15 de agosto del 36 dirigida por Alejandro Sanz Gómez que provocó el cambio de nombre de las calles como una de sus primeras medidas. Desde las localidades cercanas de Titulcia y Morata de Tajuña llegaron gentes para refugiarse en esta hasta el final de la guerra. Aquellos pueblos del sureste madrileño alimentaban con azúcar (La Poveda), pan, frutas y verduras a la capital de España, los pueblos cercanos y las tropas republicanas. Carabaña y Morata de Tajuña tuvieron un destacado papel en este sentido.
En Carabaña se instaló el Estado Mayor de la 18 Brigada Mixta (15 División, III Cuerpo del Ejército) en el balneario del Cerro de Cabeza Gorda (Casa Chávarri). Desde allí dirigían a las tropas Rafael Somoza, Francisco Eugenio y Ernesto Hidalgo y se relacionaban con Titulcia, Morata, Chinchón, Colmenar de Oreja y Arganda. La iglesia convertida en almacén (e incluso hospital improvisado durante la Batalla del Jarama), algunos locales y pajares albergaron tropas y un cuartel se improvisó en la finca de Miguel Lacasa (“El Palacio”). Al acabar la guerra esta se convirtió en cárcel franquista. Carabaña aumentó su población como la mayoría de los pueblos de la zona debido a la miseria de la capital que hizo volver a muchos que habían emigrado en busca de trabajo, además de los aportes de población que huyeron del avance franquista, sobre todo con la Batalla del Jarama.
En las obras del “Tren de los Cuarenta Días” (Torrejón-Tarancón) que pasaba por Carabaña trabajaron presos comunes y políticos. Vicente Sol, Director General de Prisiones, a finales de 1937 justificaba ante la prensa el uso de “800 prisioneros de guerra…bien atendidos podrán ganar dignamente el pan que se comen”. Entre ellos también había religiosos y no conocemos si eran muy “guerreros”. La Junta de Defensa de Madrid prescindió del ferrocarril del Tajuña, a partir de febrero de 1938, para usar esta nueva línea que trataba de evitar el aislamiento con Valencia[39].
En Carabaña  los días anteriores al 18 de julio del 36, probablemente desde que se hizo público el asesinato de Calvo Sotelo, los izquierdistas armados pernoctaban en calles y carreteras con gran agresividad. Este escenario produjo un enfrentamiento con un derechista de la localidad, Victor Algara Loeches, al que cuando quisieron desarmar hizo fuego con su escopeta contra estos. El grupo de milicianos rodeó la casa durante tres días donde se encontraba este vecino y además Tomás Algara Almarza, tres mujeres y sus hijos. El segundo hombre citado cruzó la calle para refugiarse en otra casa escondiéndose en una tinaja de la bodega. El grupo de milicianos armados con escopetas y bombas de mano lo asesinaron y se ensañaron con su cadáver. A continuación Victor Algara Loeches se suicidó siendo vejado también su cadáver por los milicianos (20 de julio 36). Paralelamente a este suceso, el 18 de julio por la noche, era atacada la vivienda del Secretario del Ayuntamiento, Victorio Gómez Fernández. Al día siguiente empezaron las detenciones de los más destacados derechistas de Carabaña, un total de 33. De ellos fueron asesinados cuatro el 27 de julio del 36. Transportados en un camión hasta las afueras de Perales de Tajuña (carretera de Tielmes a Perales) allí fueron ejecutados el citado Secretario del Ayuntamiento, el farmacéutico Antonio Corral Sánchez, el labrador Millán Medina Fernández y Jesús Tenajas del Amo. Después de este acto delictivo un hombre gravemente enfermo, el juez municipal Mariano Morata Briceño, era asesinado cerca de las “Aguas Medicinales de Carabaña”. Marcos Gómez Algara pasaba con su camioneta por un control miliciano y uno de ellos, Félix Algara Fuertes alias “El Caoba”, disparó un tiro de escopeta matándolo en el acto. Lorenzo Ruiz Alonso y su hijo Miguel Ruiz Martínez huyeron de Vallecas de la persecución revolucionaria y alojados en la casa de una hija fueron detenidos, llevados en coche y asesinados en las “Aguas Medicinales de Carabaña” (23 julio 36). Un sacerdote y su hermana procedentes de Almonacid de Zorita y con destino Madrid fueron detenidos en la estación, vejados y asesinados en el término de Valdilecha (carretera de Ajalvir a Estremera). El 19 de noviembre del 36 fueron asesinados otros seis agricultores en la misma carretera, Ajalvir-Estremera. Los milicianos robaron lo que llevaban encima a todos los muertos siendo este detalle un común denominador de aquellas ejecuciones. También fueron saqueadas una quincena de casas particulares, el casino, la casa de la iglesia, la parroquia de La Asunción y la Casa Cuartel de la Guardia Civil[40]. La iglesia, un molino, el casino y algunas casas fueron utilizadas como depósito, cárcel o residencia de los mandos militares. El resultado de la represión en el pueblo fueron una veintena de asesinados y, al menos, ocho de los del pueblo y los llegados de Vallecas eran miembros o simpatizantes de Acción Popular. El común denominador era su perfil derechista. Cuando los controles de las carreteras paraban a los vehículos les hacían cantar la internacional o una canción similar para comprobar su simpatía política en la búsqueda enfermiza de “fascistas”.
En los primeros días de agosto del 36 en el camino de Villar del Olmo, en un sitio llamado “El Hoyo Colorado”, del término de Valdilecha aparecía un cadáver de un individuo grueso de unos 60 años con un disparo en la espalda y otro en la cabeza. Al lado yacía una mujer muerta de similar edad. En el bolsillo del primero había quedado un recibo de luz eléctrica fechado en Almonacid de Zorita (Guadalajara). Los autores fueron vecinos de Carabaña. El más indiscreto le había contado al vecino de Valdilecha Ezequiel Gómez Brea que “él había matado a uno”. El asesino era primo de Ginés Carrasco Díaz, vecino de Valdilecha[41]. Las relaciones familiares o de amistad política-sindical explicaban algunos asesinatos en donde colaboraban individuos de diferentes localidades para evitar las responsabilidades de los vecinos del cadáver.
En la capital los carabañeros de derechas sufrieron la represión con información procedente del comité local. Emiliana Rodríguez Vista, natural de Carabaña, quedaba viuda a sus 31 años por el asesinato del Teniente de la Guardia Civil Jacinto Sánchez Adán, detenido en su domicilio de Madrid a mediados de septiembre del 36, llevado a la Dirección General de Seguridad, luego a la Cárcel Modelo y sacado el 7 de noviembre del 36[42] hasta Paracuellos. También apareció muerto en Carabaña el Reverendo Pablo Prieto Casado[43]. Emilio Salamanca Ribera, natural de Carabaña y residente en Madrid, era un estudiante de 18 años afiliado a Falange Española. Detenido por agentes de la Comisaría del Distrito de Buanavista el 15 de octubre del 36, fue llevado a comisaría, luego al Cine Beatriz, después a la Cárcel Modelo y desde el 3 de noviembre no se volvió a saber nada de este[44]. La película de su corta vida tuvo un final terrorífico. Acabada la guerra sus paisanos siguieron viviendo a duras penas. En 1940 el alcalde tuvo que emitir un bando para pedir limosna para parte de la población de los algo más de dos mil vecinos. Unos cuatrocientos carabañeros comieron gracias a la solidaridad del resto del pueblo. El hambre y el compañerismo volvieron a acercar a vecinos enfrentados a muerte por cuestiones políticas llegadas desde fuera.
Colmenar de Oreja
Una treintena de cadáveres de vecinos de Aranjuez fueron encontrados en esta localidad asesinados en diferentes fechas y también fueron hallados los restos de tres esqueletos. Ejemplo de aquellos asesinatos fue el de un empleado del ayuntamiento de Aranjuez, Julián Ruiz Úbeda, detenido por el comité de Aranjuez y ejecutado en el paraje llamado Vega de Colmenar[45], o el militar Salustiano Rodríguez Monje, el industrial Justo Gómez Robledano, el propietario Agustín Calvo Soria, el empleado Antonio Dávila Muñoz, el maestro de escuela Fernando Arana Vidal, el labrador Ignacio Rodríguez García, el industrial Eulogio Pinazo Peral, el empleado Ignacio del Valle Gómez, la propietaria Edelmira Merello, el empleado Elías Ostalé Herrera o los estudiantes Elías Ostalé Escuer y Luis Martínez Callejo[46].  
De los 21 vecinos de Colmenar que fueron ejecutados tan sólo uno fue en el propio pueblo. Nueve de ellos eran asesinados a las afueras de Villaconejos (24 agosto 36), tres en Perales (26 noviembre 36), otros cinco en sitios diferentes (Morata, San Martín de la Vega, Villarejo de Salvanés, Chinchón y Vallecas) y tres de ellos al finalizar la guerra no se sabía ni donde ni quien los había matado[47], aunque estaban  seguros de su fallecimiento. El 26 de julio del 36 el industrial Isaac Jiménez de Ocaña era detenido por milicianos en la calle del Siete de Julio de Madrid[48] y desde entonces desapareció sin dejar rastro, asesinado.
En Perales de Tajuña aparecieron los cadáveres descalzos y sin ropa de abrigo de Antonio Alcalado Navarro y Francisca Sánchez García. Estos fueron detenidos por los “agentes de investigación del Comité Revolucionario de Colmenar de Oreja” (Torrijos, Saturio Martínez y Matabichas), llevados a la Casa del Pueblo y a las nueve de la noche los sacaron para matarlos[49]. Los nueve asesinados en Villaconejos fueron detenidos por los milicianos del Comité de Colmenar y se señalaba a José García Herreros, Calixto Jiménez, Antonio de la Rubia y otros como los encargados de esta saca[50].
El estudiante Francisco Rodríguez Jiménez, natural de Colmenar de Oreja y afiliado a falange, fue detenido el 13 de agosto del 36 en Madrid por milicianos que lo llevaron a la Checa del Convento de María Cristina y no se tuvieron más noticias de este muchacho de 19 años[51]. Sospechoso de su muerte fue Francisco Moreno Pascual que amenazó a la víctima y momentos antes recibió una llamada telefónica de José Ambite[52] que le anunciaba la inminente detención del estudiante.
El labrador Eugenio Figueroa Velasco fue detenido en Madrid el 26 de septiembre del 36 por un grupo que combinaba componentes de la Checa de Fomento y milicianos de Colmenar de Oreja. Asesinado al día siguiente se sospechaba de Salomón García, Eugenio Serrano, Félix Moreno y Juan Mingo. Estos parece que le estaban sacando el dinero “por su tranquilidad”. La casa de Madrid donde fue detenido pertenecía a Santos Lafuente y también le estaba cobrando dinero “para su ocultación[53]. Al final se le debieron terminar los fondos y la práctica mafiosa evolucionó de la extorsión al asesinato. 
De Colmenar de Oreja se fueron hasta Madrid Bautista Conca Blasco y su esposa para esconderse en casa de su hija y yerno, desde el inicio de la guerra hasta el 26 de septiembre del 36 en que se presentaron en el domicilio “dos individuos fingiéndose policías” que alegando que se había recibido una denuncia desde el Comité de Colmenar de Oreja el matrimonio debía ir a declarar a la Comisaría del Distrito de Palacio. Desaparecía Bautista Conca a sus 71 años de edad, asesinado y sin un cadáver que enterrar por la familia. El Capitán de Artillería Alejandro Rodríguez de Castro tras la guerra intentó encontrar noticias sobre su paradero y tan solo pudo certificar que la denuncia la había hecho José García Herrero, Presidente del Comité de Colmenar de Oreja[54]. Un mes después de su primera declaración aseguraba tras investigar personalmente el asesinato de su padre que fue el Comité de Colmenar de Oreja con José García Herrero y Julián Martínez al frente los que decidieron actuar contra Bautista Conca[55]. Otros asesinatos existieron pero no conocemos detalles, es el caso de Julián Fernández Adeba, Gregorio García Afuera, Ángel Guerrero García, el sacerdote Pedro Lorca Cánovas, Jesús Morales Fernández, Francisco de Pablos y del Campo, Claro Toledo Robledo. Del asesinato de Alberto Afuera González tan solo conocemos que se produjo en Colmenar[56] y que antes había sido abofeteado públicamente por el miliciano Aquilino Guinea Maqueda.
Una quincena de casas y bodegas fueron incautadas por el Comité local, una docena de milicianos de la localidad saquearon la iglesia parroquial, el convento de religiosas agustinas recoletas, las ermitas del Santo Cristo del Humilladero, San Roque y San Juan, también se recogieron todos los objetos religiosos de casas particulares y de hermandades, salvándose solamente algunos objetos religiosos rescatados de entre los escombros y parte del archivo parroquial. En marzo del 38 llegaba el cadáver desde Madrid de Pedro García Salazar, alias “Pedro”, para ser inhumado en el cementerio. Parece que este había estado preso en Madrid y tras su salida de la cárcel se refugió en la capital hasta su muerte. El Gobierno Civil permitió el entierro en su localidad natal. Después de ser enterrado una muchedumbre del pueblo se amotinó y lo desenterró prendiendo fuego al cadáver y vejándolo públicamente sometiendo el cuerpo sin vida a “salvajadas”. Tras esta ceremonia de odio acudieron una veintena de vecinos al domicilio de la familia destrozando el cadáver e hiriendo “a palos y pedradas” a los parientes[57]. ¿Qué había ocurrido para que tuvieran tanto odio? Era un “fascista” que había escapado a la “justicia del pueblo” y por tanto debían ejercerla en efigie, con su cadáver. No había piedad ni para un muerto recién enterrado. Victoria Alvir Cuéllar, fue una de las que intervino en el asalto del cementerio y profanación del cadáver afirmando que “iría a por todas las viudas de los de derechas”. María Martínez García profanó el cadáver y golpeó a su viuda[58].
A estos también habría que añadir al marido de María Antonia Alcalado Sánchez, natural de Colmenar de Oreja, que quedaba viuda ya que a finales de octubre del 36 Segundo Rincón ingresaba en la Checa de Fomento para no saberse más de este ni de su cadáver[59]. También quedaba viuda otra mujer natural de Colmenar de Oreja, Victoria Martínez Flórez, al ser cazado su marido Pablo Matallana Sánchez, junto a su cuñado el colmenareño Agustín Martínez Flórez[60], justo antes de pasarse ambos de bando. El chivatazo del madrileño Pedro Herrero Bermejo, soldado compañero de la 91 Brigada Mixta, les adelantó la muerte en el frente de Extremadura, cerca de Castilblanco (Badajoz)[61]. Sus cadáveres nunca fueron encontrados. Aunque otros si fueron identificados en la cuneta de una carretera porque llevaban la documentación encima. Fue el caso del jornalero Mariano Campanero González, natural de Colmenar y vecino de Madrid, cuyo cadáver fue reconocido en Vallecas en la carretera de Castellón (Madrid-Valencia) el 2/02/37[62].
El industrial Pedro Estecha de la Osa, natural de Colmenar de Oreja y residente en Chamartín de la Rosa, lamentaba el asesinato de su hijo Pedro Estecha Tornero (afiliado a Falange) en Buitrago de Lozoya tras su detención por milicianos en Tetuán en noviembre del 36[63]. Otro industrial, Manuel Sánchez Lome, natural de Colmenar de Oreja y residente en Madrid, denunciaba tras la guerra como en una casa de vecinos donde este pagaba un cuarto desaparecieron detenidos por milicianos un matrimonio que dejaba en la casa nada menos que siete hijos desamparados. Los padres fueron asesinados y no se tuvieron más noticias de ellos. Tras diversas disputas y las ayudas de los vecinos un familiar se haría cargo de las criaturas[64]. Aunque al finalizar la guerra los niños estaban distribuidos en diferentes familias de Valencia[65].
En aquella España todos contaban hechos extraordinarios porque todos habían oído al menos alguna barbaridad. A veces los autores de los crímenes se jactaban de ello delante de otras personas. Carlos Cerdá González confesaba haber asesinado junto a un panadero al administrador de los jesuitas Antonio Torres a las afueras de El Escorial. El suceso se conocía por testimonio de José Castaños Estecha, natural de Colmenar de Oreja y residente en Madrid, a quien el asesino se lo narró con detalle[66] como quien contaba con agrado las paradas de Ricardo Zamora.
Chinchón
En esta población había una impronta especial de la Casa de Borbón desde el siglo XVIII lo que explicaría como en las elecciones de 1931 de los 14 concejales electos, una docena eran monárquicos y sólo dos republicanos. Por ello potencialmente el ensañamiento de los revolucionarios iba a ser mayor que en otros pueblos. La plaza mayor fue lugar de encuentro de brigadistas y milicianos, que tomaban cervezas El Águila, ligados a los acontecimientos de la Batalla del Jarama. Al lado del Café Cervecería Iberia (actual Café de la Iberia) un enorme soldado republicano que ocupaba dos plantas de los corredores de la plaza empuñaba fusil con bayoneta calada y a sus pies rezaba el mote: ATACAR es VENCER, procedente del taller artístico de propaganda instalado en Chinchón que dependía del Comisariado General de Guerra-Sección de Cultura-III Cuerpo del Ejército. En la que fue checa de la calle de la Cueva 13 se instaló el Departamento de Propaganda del III Cuerpo del Ejército[67]. También se ubicó un Hospital Militar en Chinchón para atender a los heridos de la Batalla del Jarama, como los hubo en Arganda o Morata.
Una Brigada de Investigación bajo las órdenes del Comandante Enrique Castro Delgado, compuesta por Antonio Villores, hombre de confianza del Comandante, el destacado vecino de Chinchón Ángel López Gambín más otros de la localidad, detuvieron a un grupo de once vecinos (derechistas y familiares de estos) llevados a la Checa de la calle Cueva 13 y después (2 de noviembre del 36) a la Checa del Radio Comunista de San Bernardo 72 (Madrid). Según Francisco Medina “una docena” de paisanos salidos de la checa de Chinchón fueron asesinados junto al Cementerio de El Pardo en la madrugada del 5 de noviembre[68]. Por la cantidad deben ser estos infelices. Otros vecinos fueron llevados a esta checa madrileña posteriormente pero como no había espacio para tantos a unos los liberaron y a otros los desviaron a la de Fomento, donde fue asesinado el notario Enrique Villalobos. La lista arrojaba trece asesinados de Chinchón en Madrid. Enrique Castro Delgado había aplicado la fórmula “matar…matar…seguir matando hasta que el cansancio impida matar más. Después…Después construir el socialismo”. Fue su doctrina para perpetrar la matanza del Cuartel de la Montaña, de la que se sentía orgulloso recordando el festín de moscas sobre los cadáveres, y parece que la continuó aplicando por las tierras de la comarca de Las Vegas de Madrid. Estaba satisfecho de lo que hacía y la Pasionaria le había regalado una pistola del partido “con la seguridad de que la pone en buenas manos”. En el 5º Regimiento dirigía “la limpieza de la barriada” en Madrid. Sus hombres llegaban “cansados, pálidos, con botín de carne y oro y serios, demasiado serios”. Los detenidos derechistas eran encerrados con órdenes de vigilarlos y si escapaban los guardianes serían fusilados a los cinco minutos del suceso por traidores. Sobre sus milicianos pensaba: “A estos imbéciles se les ha olvidado la fórmula”. Les echó en cara que llegaban tristes y afligidos del trabajo de detener, matar y robar, afirmando que “vencerá el que más mate y quien antes mate[69]. Para tratar de convencer a sus milicianos lo enfocó como un entrenamiento en retaguardia de cara a la lucha en el frente. Destacado en el frente del Jarama seguiría actuando con la misma contundencia.
Sobre la saca de derechistas de Chinchón resultaba sospechoso hasta hablar de ello en aquella etapa del terror. Fernanda Turégano Álvarez, a sus 16 años, se le ocurrió preguntar a una viuda por su marido (uno de los de la saca) y fue denunciada por Antonia Carrasco, alias “La Tremenda”, por conspirar contra la República. Aunque evidentemente la cuestión quedó en nada pero la joven fue interrogada por un juez[70]. Había cuestiones de las que ya en aquella época no se debía hablar.
La casa del exalcalde Esteban Recas de la Peña (CEDA) fue rodeada por una muchedumbre y junto a su hijo, el falangista Esteban Recas Pelayo, huyeron por los tejados a la calle. Sin embargo fueron asesinados por la multitud en la plaza pública (27 julio 36). F. Medina señala como una autoridad local (“Barragán”?) intentó salvarlos llevándolos en dirección a la cárcel cogidos a ambos lados de este (situado en medio) que agarraba por los brazos para que nadie pudiera dispararles. Pero no llegaron a resguardarse del gentío porque “Pablillo el Medio” le sacudió por atrás con un sable al hijo cayendo al suelo, momento de confusión en que soltado de los dos Recas la muchedumbre aprovechó para dispararles a bocajarro[71].
El sacerdote Sixto García Caballero fue asesinado en Chinchón en la carretera hacia Ciempozuelos el 12/08/36[72]. Otro religioso, el reverendo (párroco de Valdaracete y vecino de Chinchón) Antonio Ontalva Manquillo fue detenido, junto con sus padres, cerca del Puente de Arganda siendo asesinados en la entrada de la carretera de San Martín de la Vega, en cuya población fueron enterrados los cadáveres de los tres. El labrador Antonio Recas Martínez fue detenido en octubre del 36 y trasladado a una cárcel madrileña debió ser asesinado en las sacas posteriores. Finaliza esta veintena de asesinatos con otros tres vecinos paseados a las afueras de Morata, Vallecas y Vicálvaro. En Vicálvaro al finalizar la guerra había 309 cadáveres de asesinados, enterrados sin caja, que fueron reunidos bajo una lápida y monumento entre enero y septiembre de 1940 para un mayor decoro. Fueron identificados 172 pero no los restos mortales de otros 151[73].
Francisco Medina arroja luz sobre otros asesinados. Cótido Olivar Labajo que murió destrozado al ser atado en la parte de atrás de un coche y paseado por la carretera de Ciempozuelos, Fernando González Palacios (Aranjuez, 4 sept. 1936), José María Rodríguez Martínez (13 sept. 1937) o los cuatro profesores marianistas probablemente ejecutados en Paracuellos del Jarama (Valentín, Victoriano, Julián y Manuel)[74]. Y también señala la detención de Engracia y Paula Aguado que fueron llevadas a la Checa de Atocha, al Convento de Salesianos. Según su opinión la desaparición de los principales dirigentes del Comité favoreció la disminución de asesinatos en la localidad. Primero son ejecutados en Aranjuez Gregorio López Cossío, Hilario López El Goro y Marcelino Montero. Después cuatro miembros del Comité fueron a inspeccionar en coche como iban los olivos de sus “nuevas fincas” en el frente y un movimiento de tropas les atrapó matando a tres de los cuatro y el herido superviviente terminaría suicidándose[75]. Mención especial merece Carmen González Nieto que acusada por los republicanos estuvo detenida en la checa de la Ronda de Atocha y en la cárcel embarazada y atendiendo a su otra hija de dos años[76].
Otros nueve cadáveres de desconocidos amanecieron en diferentes caminos y carreteras del término municipal de Chinchón siendo identificado tan sólo uno de ellos, Pedro García González, vecino de Aranjuez. El vecino Valeriano Ruiz Hernández fue uno de los revolucionarios más destacados en la localidad y cuando volaban los aviones rebeldes sobre la localidad “…los tiroteaba desde las calles del pueblo[77], pero no era el único exaltado. Al acabar la guerra se hizo un listado de 58 hombres y mujeres que habían cometido asesinatos y otros delitos durante la etapa revolucionaria. Entre ellos se señalaban unas 25 mujeres que habían apedreado e insultado a la familia del exalcalde Recas, de paso habían robado en la casa. La mayoría de estas pasarían por la cárcel un tiempo breve por aquellos hechos, aunque algunas pasaron muchos años. Otros 20 vecinos se aseguraba habían participado en los asesinatos de derechistas y otra docena se habían destacado por instigar y señalar los objetivos. Estos últimos calificados como “inductores” formaron parte del entramado de la violencia aunque era difícil probar su delito, si lo hubo. Desde el comité se señalaban objetivos y otros se manchaban las manos con las tareas de limpieza. El papel inductor o la participación en los acontecimientos represivos de aquellas mujeres es difícil de calibrar.
De julio a septiembre del 36 se produjo el saqueo y destrucción de los templos religiosos de la localidad. Se trataba de la iglesia parroquial, ermita de San Roque, ermita de San Antón, iglesia de Nuestra Señora del Rosario, iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia y la capilla y colegios de la Fundación Aparicio. Al inicio de la contienda intervinieron los revolucionarios de la localidad bajo la dirección del Comité del Frente Popular de Chinchón que aunque efectuaron saqueos casi todas las tallas, cuadros y objetos de culto fueron respetados y guardados en dependencias religiosas. Sin embargo a finales de septiembre miembros de las Brigadas Internacionales (“fuerzas internacionales del Ejército Rojo”) saquearon por completo los edificios destruyendo las imágenes religiosas orientados en su localización por algunos revolucionarios locales. La imagen de Nuestra Señora de la Misericordia fue paseada en ceremonia burlesca y destruida por los “pioneros” (que eran la mayoría de los niños del pueblo hasta unos 12 años). El Convento de Religiosas Clarisas sufrió especialmente la devastación. Primero la noche del 21 de julio del 36 que fue cuando expulsaron a las monjas, después hubo saqueos hasta convertirse en alojamiento de militares evacuados de diferentes pueblos. El retablo y el coro que eran excepcionales fueron destruidos por completo llegando a profanar las tumbas del cementerio de las religiosas.
Algunas casas y edificios emblemáticos fueron saqueados por el Comité del Frente Popular Local como la sede de Acción Católica y los Colegios que la Asociación de Padres de Familia tenía instalados en el mismo edificio, el Casino de Chinchón, el garaje de La Veloz S. A. de donde en agosto del 36 fueron robados cinco omnibus, dos coches ligeros, piezas de recambio, etc., la finca El Batán y unas 25 casas particulares de donde robaron vino, ganado, muebles, etc., entre las milicias locales, nacionales e internacionales. Robar en viviendas de vecinos (supuestos derechistas) no fue un delito perseguido en la localidad hasta después de la guerra.
 En las bodegas de la casa de la calle de la Cueva 13, convertida en checa, Juan Rodríguez Carretero y Agustín del Nero Carretero sufrieron toda clase de torturas siendo después trasladados a una prisión en Madrid. En aquella casa trabajaron en la “higiene social” Antonio Villores, Ángel Ávila Mesegar, Hilario López alias El Goro, Gregorio López Cossío y miembros de la “Brigada Andaluza”. La amplitud de la casa y sus sótanos y bodega reunían las condiciones perfectas para ejercer como checa. Tenemos noticia de cómo alguien de la familia “Delnero” que habían sido alcaldes de Chinchón durante muchos años estaba preso en la Cárcel Modelo cuando se produce la masacre de agosto del 36[78]. Quizás aprovechando el desaguisado pudo salir de la prisión porque otro documento afirma que un paisano que había sido miliciano armado del Comité de Chinchón, Julián Montero Montero alias “El Tuso”, y que después fue Guardia de Control en Ventas (Madrid) lo detuvo en la capital[79].   
El 21 de septiembre del 36 Cótido Olivar Lavajo, comerciante afiliado a la CEDA, fue detenido por cinco individuos del Comité de Chinchón y supuestamente asesinado en Vallecas, aunque probablemente por el testimonio de F. Medina debió morir mucho antes y quizás su cuerpo enterrado allí. Las sospechas caían en “Daniel el Guina [Guiña], Agustín Chamorro y Ángel Gambín[80]. Los agricultores derechistas Francisco y Joaquín Díaz Zorita fueron detenidos en su domicilio el 1 de noviembre del 36 siendo llevados a la Checa de San Bernardo (Madrid) y desde ese mometo no se tuvieron más noticias ni aparecieron sus cadáveres. Los únicos detalles conocidos eran que Juan Redruello alias “El Tato” conducía el coche a Madrid y se sospechaba la participación de Daniel (Barragán) alias “El Guiña[81]. Nunca supieron sus familiares que aquellos detenidos murieron a inicios de noviembre del 36 en una saca junto a otros vecinos de la localidad. Aquellos asesinatos se cometieron fuera de la población para evitar responsabilidades sobre paisanos de Chinchón pero fue el Comité de Chinchón quien organizó aquella matanza y se aseguraron con testigos en las tapias del Cementerio de El Pardo de que la operación había finalizado con éxito. 
Adoración Montes García, natural de Chinchón, denunciaba en 1939 como su marido el Teniente de Alabarderos retirado Florentino Sánchez Ariza (afiliado a Falange) fue detenido en Madrid, junto con su hijo, por cuatro policías de la Comisaría de La Latina en su domicilio el 5 de noviembre del 36. Llevados a la comisaría de la Plaza del Cordón, luego a la Dirección General de Seguridad, después a la Cárcel Modelo y el 7/8 de noviembre sacados en expedición a Paracuellos[82]. La detención y ejecución había sido rápida y apremiaba el asesinato de un militar de 52 años e hijo de 19 por la proximidad del enemigo que cercaba Madrid en aquellas fechas.
Con la guerra moribunda aun el 9 de marzo de 1939 se produjo otro asesinato en Chinchón. Eladio Mor y Mor, carpintero de simpatías políticas derechistas, había sido incorporado desde Albagés (Lérida) al ejército popular y fue asesinado a las afueras del pueblo. El sospechoso tenía apellidos catalanes y se encontraba en 1942 preso en la cárcel de Lérida, Francisco Seró Reig[83]. El suceso ocurrió cuando Eladio Mor paseando por la carretera Aranjuez-Colmenar de Oreja junto al catalán José Casanovas coincidieron con un convoy de camiones que se dirigía a Madrid por la rebelión comunista de esos momentos (golpe de estado de Casado). Se bajaron unos milicianos del mismo pueblo que Casanovas (Roselló) y se pusieron a charlar con este. Al tiempo otros milicianos charlaban con Francisco Seró y de repente Eladio Mor salió corriendo siendo alcanzado por los disparos y muerto al momento[84]. Alguien, probablemente de su zona de origen, debió reconocerlo como “derechista” y cuando lo iban a arrestar huyó siendo fulminado por armas de fuego (o quizás lo mataron directamente, en otra versión de la aplicación de la ley de fugas). Un asesinato más cuando ya no quedaba nada para acabar la contienda, un encuentro fatídico y un paseo mortal. Todavía en marzo del 39 continuaba la limpieza y con la guerra perdida.
Muchos años más tarde (2007) se publican las memorias de la guerra de Francisco Medina Pintado que vivió la conflagración desarrollando un comentario general lleno de detalles de todos los acontecimientos ocurridos en la localidad. Este cuenta como tras los primeros asesinatos después del alzamiento del 17 de julio el alcalde llamó a una sección de Guardias de Asalto pero no para detener a los asesinos sino para apresar a los principales derechistas de la localidad que fueron llevados a la cárcel Modelo de Madrid. La idea del alcalde fue proteger las vidas de estos destacados derechistas y buscar el sosiego en la exaltada población. La verdad es que estos siete u ocho fueron puestos en libertad a los pocos días pero no podían volver a su pueblo porque estaban amenazados de muerte. De hecho el único que lo intentó, Alberto Ortiz de Zárate y Freire, fue asesinado por el camino descansando sus restos en una fosa común de Getafe[85]. Invitado por paisanos a subir a un coche…Alberto no llegó al pueblo.
Parroquia, ermitas y convento se transformaron en garajes, fragua, almacenes, cuarteles de milicias, etc., salvo el Asilo de Ancianos que permitió a sus monjas, sin hábito, continuar con su labor, aunque no tuvieron la misma suerte los profesores del Colegio de Maristas que fueron encarcelados en Madrid y asesinados. La población tuvo que acoger a otros huídos de sus pueblos (Esquivias, Borox, Ciempozuelos, Seseña, Valdemoro, San Martín de la Vega, Titulcia e incluso algunos de Getafe) que ante el avance de las tropas rebeldes salían a la carretera en busca de seguridad huyendo del miedo a la represión de las tropas de Franco[86].
El 28 de marzo del 39 la población protagoniza una manifestación con una bandera bicolor española junto a milicianos de simpatía rebelde. La bandera había sido confeccinada en la clandestinidad por tres mujeres del pueblo (una de ellas aun vive) y aquel día una nueva corporación municipal se constituyó con Enrique Recas Catalán al frente sin que hubiese ningún enfrentamiento[87]. El sobrino del exalcalde asesinado en la plaza al inicio de la guerra se hacía con el bastón municipal. Los paisanos más ancianos de Chinchón aun no se ponen de acuerdo quien murió antes de los dos Recas asesinados (padre e hijo) porque no fue un detalle menor. De ello dependía que la herencia pasara a una familia u otra. 
El testimonio oral directo de Francisco Medina Pintado nos arroja información muy interesante. El clima represivo desatado en Chinchón por el Comité local se frenó con la actuación y denuncia de un tal Velasco (CNT), que vino a Chinchón para organizar una colectividad. Este personaje paró los crímenes llevando ante el pelotón de fusilamiento por sus denuncias a parte del Comité de Chinchón (fusilamientos de Aranjuez por la justicia de la República). El enfrentamiento entre los revolucionarios izquierdistas y el anarquismo local importado hizo que se apaciguase el clima de terror en Chinchón. El amparo del anarquista Velasco a gentes identificadas como derechistas en la población motivó que tras la guerra este fuera protegido por personas agradecidas a su enfrentamiento con el Comité. Tras los primeros meses de terror patrulló el pueblo una especie de “policía de guerra” de la que formaron parte miembros de partidos por cuota en representación, uno de ellos Agustín Chamorro que había colaborado en las tareas de “limpieza” durante la etapa revolucionaria. Los asesinatos pudieron tener tantas motivaciones como días tiene el año. El interés en una herencia hizo acto de presencia en Chinchón porque según quien moría el beneficio podía pasar a una familia o a otra. Entre las oscuras tramas de aquellos años también había algo de luz como sucedió con la salvación de la muerte segura del falangista Florencio Vegas por mediación de un tío suyo. En esta etapa del terror el pueblo estuvo invadido por militares. Francisco Medina recuerda a un forastero llamado “El Pinta”, siempre escoltado por milicianos y que los del pueblo llamaban “Aguiluchos de la Muerte” o “Aguiluchos de la FAI”. Algunos de estos personajes siguieron realizando prácticas mafiosas perdonando vidas a cambio de un buen pago de dinero. El más astuto en este sentido fue Gregorio López Cossío[88]. Facilitar un coche en la puerta de una casa a determinada hora a alguna destacada familia derechista amenazada a cambio de una finca o de mucho dinero facilitaba el beneficio de las dos partes, unos seguían viviendo lejos del pueblo y otros entendían perfectamente el negocio de la revolución. Unos extraños tratos cuando la democracia en la vega del Jarama había dejado de existir y  que continuaría con su segunda parte acabada la contienda. Tratos en tiempos de guerra que aun hoy no gusta airear a las familias protagonistas en una contínua demora del final de esta historia de tiempo de silencio.
Estremera de Tajo
El cadáver de un Sargento de la Guardia Civil, Ángel Fuentes, acabó flotando c50 km. por las aguas del Tajo hasta Estremera. Asesinado en el puente de Almonacid el cadáver fue arrojado al río cuyas aguas lo llevaron hasta las turbinas de la fábrica de electricidad de Valderribas. Varios tiros en la cabeza y las huellas de arma blanca en el cuello certificaban que no se había ahogado en las aguas. Detrás del asesinato estaban las milicias de Almonacid de Zorita (Guadalajara)[89].
El alcalde Ferrero (IR) al inicio de la guerra apacigüó los ánimos de los izquierdistas locales no permitiendo el estallido de la revolución en la localidad. Esto provocó la llegada de izquierdistas foráneos que sentenciaron su cabeza. Tan solo le salvó la treta de los milicianos izquierdistas locales que aparentando que lo iban a ajusticiar ellos, sin permitir que lo hicieran los de fuera, lo metieron en la cárcel y un diputado de Madrid, enterado de la situación por los vecinos, mandó un coche para protegerlo en una checa de Madrid durante toda la guerra[90].  En la tarde del 22 de julio del 36 se presentaron en el pueblo las milicias de Villarejo de Salvanés, Valdelaguna, Puente de Vallecas y Carabaña que unidos a afiliados de UGT de la localidad provocaron el caos en las calles donde hacían fuego con las armas y saquearon las casas con el pretexto de desarmar a vecinos de derechas robando víveres, objetos o dinero bajo amenazas de muerte o prisión para sus propietarios. Destruyeron y saquearon la iglesia parroquial y el Colegio Convento de Hijas de Cristo Rey, además robaron y destrozaron en la mayoría de las casas del pueblo porque la mayor parte de los vecinos tenían perfil conservador. A continuación fueron a la Dehesa de Arenales y a las personas que encontraron allí las hicieron pasearse hasta el pueblo con las manos en alto o con el puño en alto amenazados por las armas de fuego. Las tallas religiosas de los templos fueron tiroteados y después les prendieron fuego. El patrón del pueblo, Santo Cristo Sepultado, corrió aquella suerte, sin embargo la Virgen de la Soledad se pudo salvar por encontrarse en la ermita del cementerio. En estos desmanes participaron con gran ensañamiento los revolucionarios locales ya que entre el 18 y el 22 no habían podido provocar ningún disturbio por ser minoría, estar bien vigilados y la autoridad del alcalde. La llamada de los milicianos forasteros provocó la crueldad con los vecinos al verse estos izquierdistas con superioridad en número y armas.
El 21 de agosto del 36 se presentaron unos milicianos de Puente de Vallecas acompañados de revolucionarios locales. Visitaron la casa de María Catalina Cezar aterrorizando a la familia por haber alojado allí a unas monjas. Les robaron alhajas y dinero por valor de c150.000 pesetas. La información sobre estos bienes debieron darsela los milicianos locales. En la noche del 28 de marzo del 37 Guardias de Asalto detuvieron a vecinos derechistas. Llevados a la Cárcel de San Antón (Madrid) fueron condenados a 30 años llevándolos al penal de Alicante, aunque a uno lo trasladaron a Orihuela por enfermedad. Cumplieron condena tres vecinos (Mariano Martínez-Aedo Cerar, Ventura Martínez-Aedo Cerar, Emérito Martínez Yuste) hasta la liberación por las tropas rebeldes aunque otros quedaron en libertad antes.
Sin embargo durante la guerra tan sólo se produjo una víctima mortal que fuera vecina del pueblo y además era del bando izquierdista. El comerciante Francisco Esteban Ferreras era asesinado el 16 junio de 1937. Muere por heridas de arma de fuego en las afueras de Valdaracete. Por la documentación sabemos que Francisco Esteban Ferreras era directivo socialista de UGT en Estremera[91]. Julio Montejano afirma que Francisco Esteban Ferreras, alias “El Telero”, no era natural del pueblo sino que estaba casado con la vecina de Estremera Julia “La Mosca” y parece que cometió un asesinato de un izquierdista por lo que fue disparado como venganza cuando iba en coche camino de Madrid. Su muerte es la única que se produce ligada a un residente en Estremera gracias a la labor del joven alcalde Antonio Camacho que fue elegido por aclamación popular[92]. También cometieron delitos en Estremera el Alcalde de Villamanrique Anselmo Martínez Herrero, fundador de UGT de Villamanrique de Tajo en 1931[93]. Así como el agente prosoviético Genaro Ruiz Casero, miembro del Comité de Villamanrique, fundador de UGT en Villamanrique,  miembro de PCE con funciones de Secretario de PCE y de UGT local, Secretario Comarcal Comunista de UGT en Villarejo de Salvanés y realizando labores como Comisario Político[94]. También eran acusados de cometer delitos en Estremera José Pérez Torrijos, miliciano responsable del comité de presos de Villamanrique, Juan Martínez Raboso, Jefe de los Guardias de Villamanrique, Francisco Baró, de Villamanrique, y Antonio Bernaldo. Estremera fue escenario del asesinato de vecinos de otros municipios cercanos pero no de los del pueblo a excepción de Francisco Esteban Ferreras.  
Además del sargento de la Guardia Civil que llegó flotando por el Tajo el 8 de octubre del 36 asesinaron al médico Raimundo de la Plaza Sánchez y al labrador Rafael de la Plaza Sánchez. Y el 9 de enero de 1937 mataron a Jaime Díaz Conthe y a Carmen Conthe Monterroso. Los cuatro asesinatos, que no se reconocían como vecinos del pueblo, se cometieron en la carretera de Brea con armas de fuego. El motivo fue su simpatía por la ideología de derechas[95]. Formaron parte del genocidio revolucionario y era la cuota que debía pagar el pueblo de Estremera a “la causa”. Sin embargo en la actualidad en Estremera el testimonio[96] de una de las personas mayores del pueblo señala la colaboración entre “comunistas y derechistas” de Estremera durante la guerra para que no ocurriesen actos de violencia. No recordaba ninguna muerte, quizás porque se produjeron fuera del pueblo. Debe ser uno de los pocos lugares que no instituyó un monumento de Cruz de los Caídos en España. Un asunto menos sobre el que discutir en las calles y plazas de la población. Sin embargo muchos estremeros se fueron al frente con un regimiento a la línea de fuego para sonar una ametralladora al jaleo del tiroteo. Tiempos bárbaros de soldados que fueron víctimas y verdugos para dejar el corazón helado de una población civil que padeció violencia, hambre y miedo.
Fuentidueña de Tajo
El 18 de julio del 36 un grupo local saqueaba la iglesia parroquial, destruida por el fuego y profanadas sus imágenes, así como también la casa curato. Al día siguiente empezaron las persecuciones a familias de derechas que fueron robadas y expulsadas de diez casas incautadas por el Comité del Frente Popular de Fuentidueña bajo el grito de los fusiles. En el término municipal aparecieron asesinados por arma de fuego siete cadáveres extraños a la población que se correspondían con sujetos de diferentes pueblos de Cuenca (Almonacid del Marquesado, Villarrubio, Tarancón, Villarejo de Fuentes y Uclés). Eran los hermanos presbíteros Dioniosio y Manuel Langa Bustos, José Carné Moreno, Nivardo Bustos Rodríguez y Dolores Gómez Plaza. En el caso de Dorotea Quintero y Saturnino García se hacía responsable al vallecano “El Catalán” y el Comité de Fuentidueña, pero en el resto habían sido milicianos que mataban a sus propios vecinos lejos de su localidad para encubrir el asesinato. Por tanto a las afueras de Fuentidueña, en un lugar llamado El Barquillo, actuaron como ejecutores milicianos de Tarancón, Almonacid del Marquesado y Villarejo de Fuentes. Mientras que los locales asesinaron en otro lugar llamado Los Lavanderos matando derechistas por encargo de otros comités de municipios cercanos.
Un total de 19 vecinos de Fuentidueña fueron asesinados por los revolucionarios. Andrés García Díaz y milicianos de Carabaña asesinaron el 5 de agosto del 36 al Sargento de la Guardia Civil y exalcalde de Carabaña Francisco Almarza Fernández cuyo cadáver apareció en Valdaracete. En el pueblo de Valdaracete cuentan que un tal “Sacristanillo de Fuentidueña” vengó una paliza a un familiar con la ejecución del “Almarza” y según el propio ejecutor “si naciera cuarenta veces, otras tantas volvería a matarlo”. El lugar exacto donde apareció el cadáver es reconocido todavía hoy en la toponimia como un lugar legendario en la memoria local de Valdaracete, sobre todo teniendo en cuenta las pocas víctimas que hubo en aquella población durante la guerra[97].
Del resto de los infelices fueron responsables el Comité y varios vecinos del pueblo. Se hicieron diferentes sacas el 1, 3, 6 y 8 de octubre del 36, con diez, tres, tres y uno respectivamente. El primer paseo se produjo hasta las inmediaciones de Madrid donde murieron un exalcalde (Pedro Oliva, 80 años), concejales y miembros de Falange, CEDA y Acción Popular. Así acabaron con la vida de Miguel Olivas Rato, José Olivas Fernández, Juan Antonio Sánchez Gabín, Cristóbal Rodríguez, Nicolás de la Plaza Zurita, Isaac García-Cuenca Avilés, Jacinto Gallego Manzano, Ángel de la Plaza Mora y Nicolás Olivas de la Plaza. La segunda tanda, con iguales motivos, fueron ejecutados cerca de Perales de Tajuña (Dionisio López de María Olivas, Valerio Sánchez Sastre y Lucio Zurita González),  la tercera en Belmonte de Tajo (María, Magdalena y Ramona Soto del Rey) y el último, Juan Cuesta Gutiérrez, no se sabía donde había sido asesinado[98]. El industrial Crescencio Espejo Ibarra vivía en la carretera de Valencia a la salida de Villarejo de Salvanés. Fue detenido allí por tres milicianos de Fuentidueña el 6 de agosto del 36, conducido a la plaza del pueblo junto a otros siete detenidos fueron subidos a una camioneta que los llevó a las afueras de Perales donde fueron exterminados por un grupo de 33 milicianos, vecinos de Fuentidueña y también de Villarejo[99]. De los otros siete asesinados no conocemos su identidad ni tan siquiera su procedencia.
Saturnino García-Cuenca Vellista había desaparecido durante la guerra en las calles de Fuentidueña. Su hermano Pedro era un presbítero de Zarza de Tajo (Cuenca) y afirmó que fue detenido en las calles de Fuentidueña el 9 de agosto del 36 y trasladado a Zarza de Tajo. La última noticia que se tenía es que había sido conducido a Madrid, pero no había llegado. En 1942 fue identificado por fotografía como asesinado el 10 de agosto del 36 en Vallecas[100]. La colaboración entre los comités locales fue una de las razones de tanta eficacia en la tarea de asesinar a sujetos huidos de sus pueblos de origen para evitar ser ejecutados por el Comité de Salud Pública local. Viajar a otros pueblos para vigilar y reconocer paisanos derechistas completaba la colada hecha en casa.
El jornalero, Secretario de UGT y concejal del Ayuntamiento, Jacinto de la Fuente Denche, participó en los desmanes de la localidad, incautando la casa parroquial en donde vivió durante la guerra. De los saqueos le hizo unos dientes de oro a su esposa fabricados con un cáliz de la iglesia y en un despiste atropelló con un coche, sin permiso de conducir por supuesto, al joven vecino Hipólito Cañete[101] que murió tras el incidente. Otra víctima más de la guerra civil en un pueblo donde algunos se hicieron su alegre trinchera y cambiaron el arado por el fusil (o el volante) dejando los campos heridos de metralla y el pueblo sangrante de dolor.
Morata de Tajuña
El primer asesinato conocido fue el del sacerdote de Morata José Vicente Aranda, natural de Puente de Santa Cruz (Cáceres), que aparecía asesinado en Arganda el 4 de agosto del 36. A este le siguió el de Flora Navarro Sánchez en Arganda (12 agosto) y también asesinaron a su marido Marcelino Gómez Sánchez del que se ignoraba su paradero[102]. Del asesinato de Feliciano González, 22 de agosto, conocemos que fue trasladado en camioneta y ejecutado en plena carretera, parece que por el mismo grupo y siguiendo el mismo modus operandi que otra víctima, Isidro Moratilla (26 de agosto)[103]. Constante de la Torre Casado conducía ambas furgonetas y participó en el asalto al Cuartel de la Guardia Civil de Estremera para conseguir armas que milicianos de Brea de Tajo utilizarán también en la represión frentepopulista.
El 25 de julio del 36 nueve milicianos de Morata incendiaban la iglesia parroquial con gran júbilo por su parte. Entre ellos estaban un padre y un hijo, Fructuoso y Miguel Lausada, que tuvieron un leve incidente ya que a uno de los dos se le escapó un disparo fortuito que estuvo a punto de matar al otro[104]. Al día siguiente saqueaban y destrozaban las ermitas de Nuestra Señora de la Antigua, Virgen de los Dolores, Cristo de la Sala y Nuestra Señora del Rosario. Las casas de las familias de ideología derechista fueron asaltadas. 40 vecinos fueron asesinados entre agosto del 36 y febrero del 37. El 6 de agosto del 36 era ejecutado en la carretera de Valencia, a la altura de Vaciamadrid, el labrador Eustaquio Jaro Bermejo, al día siguiente el sacerdote de la parroquial D. Pedro García que se había refugiado en Madrid y al que fueron a buscar para asesinarlo junto a una mujer[105], dos días más tarde otro jornalero, al otro el sacerdote del Asilo de Ancianos José Fernández, etc. No hubo grandes sacas sino un continuo proceso selectivo de asesinatos en donde destacaba el paseo a más de 30 miembros o simpatizantes de la CEDA, según la documentación. Los lugares del asesinato se produjeron a las afueras de Arganda, Campo Real, San Martín de la Vega, Perales de Tajuña, Madrid o diferentes carreteras y el río Tajuña.
Gregorio Moreno, a sus 93 años, cuenta jocosamente como aprovechando la falta de simpatía por el movimiento anarquista en el pueblo cuando empezaron los paseos y el miedo comenzó a asomar por todas las esquinas de Morata se formó la CNT local y allí se apuntaron todos los de derechas para salvar el pellejo. Con la iglesia ardiendo y los vecinos esperando en su casa a que fueran a por ellos la repentina devoción anarquista era explicable[106]. Fenómenos similares se dieron en los demás pueblos del sureste aprovechando una ausencia de tradición anarquista. También otros carnés como los sindicales, el comunista o el socialista fueron un refugio de seguridad para muchas familias en aquellos terribles años de barbarie. Después de la guerra aquello fue otro problema aunque los más hábiles supieron quemar el cartón salvavidas a tiempo.
Juan Francisco Salazar era un comerciante madrileño, de ideas políticas tradicionalistas, enrolado en la 17 Brigada Mixta sita en Morata. Detenido por sus propios compañeros de brigada desaparecía en un descanso el 27/28 julio del 37 en Morata. Las sospechas recaían sobre varias personas como los denunciantes y sobre todo en “José Sánchez de la Serrana, a cuyas órdenes estaba la víctima, estaba domiciliado en Manzanares (Ciudad Real) y actualmente, tal vez en el Campo de Concentración de Rivas del Jarama, donde se encontraba la brigada últimamente[107]. No fue el único. Las pesquisas sobre la desaparición del Sargento Fernando Bouza Lamas llevaban hasta Morata. El 7 de febrero del 37 fue detenido por fuerzas militares ligadas a Líster llevado a una checa en Puente de Vallecas…“y de allí lo llevaron al pueblo de Morata de Tajuña, en donde no se volvió a saber más de él”. El testimonio de Manuel Sobrino aseguraba que lo llevaron como cirujano en el 5º Regimiento y lo habían fusilado, otro afirmaba que lo habían matado “y habían colgado su cabeza en el campanario de San Antón[108]. Aunque, todo sea dicho, en Morata no había ningún campanario con este nombre.
El Reverendo José Vicente Aranda aparecía asesinado el 28/7/36 en Morata[109]. El 19 de agosto era ejecutado en el km. 10 de la carretera de Vallecas el chófer de Morata Juan (¿Julián?) Zazo Bermejo, junto a otros siete cadáveres[110]. Estos debían proceder de una saca de una checa o de una cárcel de Madrid. El panadero de Morata Félix Rodelgo Zazo fue asesinado de esta manera también, procedente de la Checa de Fomento.
Joaquín Escrivá de Romaní y Fernández de Córdoba, Marqués de Benalúa, era un archivero de 70 años que fue detenido por las milicias de Morata y anarquistas de la FAI de Madrid el 21 de agosto del 36. Llevado a la Checa de Fomento fue asesinado a los pocos días[111], aunque otra fuente indicaba que no llegó ni tan siquiera allí y que fue asesinado entre Vaciamadrid y Vallecas. El testimonio de su hijo señala como el marqués fue detenido por individuos de Puente de Vallecas cuyo máximo dirigente se apodaba “El Tío Negro” y estos fueron acompañados por cuatro milicianos vecinos de Morata (Fructuoso Lausada Rivero, “Tabique”, “Piquete” y Víctor Martínez Gozalo). Fructuoso Lausada era hermano de una criada que trabajó en la casa del asesinado una docena de años, “Tabique” confesó que consiguió 45.000 pesetas de su parte en el botín de la casa del asesinado[112], y así los intereses personales y económicos hacían de la violencia una necesidad oportunista. La revolución marxista se quedaba en alpargatas.
El labrador Ramón Ortiz Portada Roldán fue detenido el 2 de octubre del 36 por los milicianos del Comité del pueblo siendo conducido hasta la Checa de Fomento en Madrid de donde se le sacó para asesinarlo en la madrugada del día 3. Su cadáver apareció en la Dehesa de la Villa y fue reconocido por fotografía. Un tal Emiliano alias “Pata Vaca” que fue detenido en Getafe fue su asesino y lo denunciaba su viuda, natural de Carabaña, terminada la guerra[113]. En el término municipal aparecieron asesinados por arma de fuego en diferentes fechas Patrocinio Sanz Riaza (Arganda del Rey), el camisa vieja de Falange Luis López López (Chinchón), Juan José Sánchez Santaolla y Eugenio García Hernández (Arganda del Rey), Fermín Escaño Olias (Colmenar de Oreja) y un fraile de barba rubia de quien no se supo ni su nombre ni su domicilio. Los responsables debieron ser las milicias de los comités de sus respectivos pueblos[114].
Las milicias del Quinto Regimiento detuvieron al jornalero falangista Ángel Ruiz Alonso al que obligaron a luchar en el Batallón de Acero siendo herido en el frente de la sierra (1936). En el hospital donde estaba ingresado cayó un obús por lo que se tuvo que ir a su domicilio. Después detenido en la calle (1937) fue llevado a una checa y “fue sacado con otros presos y asesinado en Morata de Tajuña[115]. El labrador Nicolás García-Nieto Tejero, de 67 años, fue detenido el 18 de octubre del 36 por un sujeto que trabajaba como policía en la Estación del Niño Jesús (Madrid). El objetivo había sido señalado por el guarda-agujas de la Estación de Morata José Palmero Fominaya. El cadáver del difunto apareció de mañana en la Carretera de El Pardo el 25 de octubre del 36[116]. Estuvo detenido y torturado en una checa hasta que le dispararon. Entre la detención y el asesinato no pasó ni una semana. El panadero Gonzalo Masipica Mesonero fue detenido por el alguacil del Ayuntamieto Eugenio Sánchez por orden del Comité local. Antes de partir se despidió de su hija conociendo lo que le esperaba[117] y del ayuntamiento lo condujeron a la Checa de Fomento. La denuncia fue firmada por seis sujetos: Cipriano Montes alias Tabique, Santiago Villalba alias Piquete, y los cuatro que lo acompañaron a Madrid en coche, Tomás Corpa (presidente del Comité), un tal Camacho (falleció por una bomba de la aviación en Belmonte de Tajo), Andresito el Nene (miembro del Comité) y Ambrosio Palmero “…que cinco años antes había tenido una fuerte discusión con la víctima, cuando esta era teniente alcalde del pueblo. Con motivo de aquella discusión fue destituido de su puesto de Guarda Mayor[118]. Las venganzas personales fueron parte consustancial de muchos de los asesinatos. Otro ejemplo fue el de Ángel Cuesta Rivera que asesinó a dos hermanos con los que había tenido una discusión en una fiesta anterior a la guerra donde alguien sacó una navaja[119].
Desde la capital la violencia se extendía por los pueblos y los centros del terror madrileños eran un magnífico apoyo para la purga al sureste de Madrid. El 31 de agosto de 1936 José Patrocinio Salinas Serrano fue conducido por milicianos a una sede socialista de la calle de Valencia (Madrid) y aparecía su cadáver en el Barrio de la China el tres de septiembre. También fue registrado su domicilio por siete milicianos bajo el mando de Pablo Expósito entre los que estaba el morateño Santiago Villalba[120]. El panadero de Morata Félix Rodelgo Zazo (26 años, afiliado a Acción Popular) fue asesinado tras ser detenido por ocho milicianos que lo llevaron a la Checa de Fomento de donde desapareció dos días después. Se sospechaba del crimen del vecino de Morata Tomás Miguel Díaz[121]. No todos los que fueron llevados a las checas de Madrid llegaron a ellas, sobre todo los traslados nocturnos.
Dos socios que tenían una línea de autobuses disfrutaban de diferente perfil político lo que hizo que se dividiera la empresa. Valentín de la Torre Rocaberti y Eusebio Blanco Isidro rompieron sus lazos empresariales pero además al segundo lo reclamaron para remolcar otro coche que aparentemente estaba averiado en la carretera, allí lo esperaban y lo mataron por la represión y para robarle su vehículo. El vecino Antonio de la Torre tuvo mejor suerte porque llevado hasta la Dehesa de la Villa lo bajaron del coche y de un salto escapó entre la vegetación siendo herido en su huída en un brazo. Acudió a casa de un tío suyo en una calle principal de Madrid de donde fue echado a patadas porque le comprometía y se protegió finalmente en casa de una hermana con la fortuna de que el avance franquista hizo que su escondite se convirtiera en territorio rebelde. “Gregorio”, vecino de 18 años de derechas, estuvo trabajando en el campo y al volver al pueblo fue detenido por un control. Preso en el ayuntamiento sería paseado al día siguiente[122].
También al finalizar la guerra un testimonio desde Ciudad Real desmontaba el supuesto fusilamiento de José María Sarachaga Martínez, 117 Brigada Mixta de guarnición en Morata, “al intentar pasarse al enemigo la víctima, fue muerto”. Había testigos que declaraban que llegó a Morata un coche procedente de Madrid y junto a otros dos soldados los subieron diciéndoles que “…iban destinados al Estado Mayor y desapareciendo desde aquel momento[123]. Los soldados fueron asesinados en el trayecto del coche y no sorprendidos pasándose de bando. La vida valía poco si eras señalado como “fascista”. Cualquier detalle podía hacer que los cazadores cayesen con sus garras sobre cualquiera, había que estar muy despistado para discutir de política en aquellos tiempos. Según testimonio de José Serrano Sánchez, natural de Morata de Tajuña y residente en Madrid, su amiga Gabriela Wenzel, profesora de idiomas, fue detenida por agentes de la Dirección General de Seguridad y llevada a la Cárcel de Ventas tras haber discutido en un comedor “con un individuo de nacionalidad rusa[124].
Al vecino de derechas “Tomás Casano” los milicianos le rompían las tinajas de aceite de su bodega para provocarlo y “hasta que se cansaron y le pegaron dos tiros[125]. El volumen de asesinatos de los vecinos del pueblo llegaba a medio centenar y a los ya mencionados debemos sumar Isabelo de la Torre García, Miguel y Mauricio de las Heras de la Torre, Julián Aparicio Villalba, Juan Aparicio Bustos, Eduardo Castillo Santillán, Gregorio Cuenca González, Pascual Espejo Higueras, Luis y Eugenio Fernández Carrasco, Godofredo García del Saz, Gregorio García Ruiz, Pedro García López, Santiago Gil Rodríguez, Víctor Gozalo San Andrés, Esteban González Moreno, Antonio González Rodelgo, Valentín González Corpa, Marcelino Gómez Sánchez, Eufemio González Corpa, Emilio Heras Sánchez, Juan de Hita González, Juan y Víctor Oliva Serrano, Tomás Mudarra Jiménez, Flora Navarro Sánchez, Manuel Mac-Crohon Jaraba, José Montero García, Ceferino Ramiro Torres, Francisco Sánchez-Bravo de la Torre, Francisco Roldán Lausada, Matías Rivera Segovia, Pedro Vázquez Jiménez, Juan Luis Vázquez Carriedo y Eustaquio Zazo Bermejo. La mayoría de los nombres citados en esta investigación aun reciben flores en el monumento a los caídos en guerra situado en la plaza de la parroquial a primeros de noviembre. Allí también están los nombres de Valentín Hernández Ruiz y Ángel Casado de la Torre, muertos en combate en las filas rebeldes. Algunos vecinos piensan que el monumento sigue allí porque está en propiedad de la iglesia y no del ayuntamiento. Todavía permanece como objeto de discordia pese a que aparentemente no existen enfrentamientos airados entre la población. Otros piensan que se prendería fuego al pueblo si se eliminase el monumento. El debate sobre su idoneidad está en boca de muchos pero en un silencio expectante, el mismo que rodea hablar sobre la represión en la guerra civil en estos pueblos. El mismo silencio en todas las plazas de los pueblos del sureste de Madrid. Las mismas caras mirando al suelo bajo el cielo plomizo del otoño esperando que se marche el forastero para traer respuestas que rompan el silencio.
Perales de Tajuña
El 23 de julio del 36 los revolucionarios saquearon e incendiaron la iglesia parroquial de Santa María del Castillo. Robaron alhajas religiosas y con una camioneta sacaron imágenes y otros ornamentos que quemaron en el campo. Tan sólo se salvaban los libros parroquiales que tenían anotados nacimientos, matrimonio y defunciones locales desde 1520. Lo mismo ocurrió con las dos ermitas y aunque se habían guardado algunas imágenes y atavíos religiosos en la casa rectoral otra camioneta el 8 de septiembre del 36 se lo llevaba todo para quemarlo en la Huerta de Don Elías. El 25 de julio saquearon el Cuartel de la Guardia Civil, las Escuelas Públicas, el Hospital Municipal, el Matadero Municipal y hasta parte de las dependencias del propio Ayuntamiento. Además una veintena de casas de vecinos de Perales fueron robadas y destruidas por los milicianos llevándose secuestrando desde el trigo hasta las gallinas[126], que también debían ser de derechas.
El 7 de agosto del 36 José Muñoz Domínguez era asesinado[127] pero, además de este, los asesinatos probados de vecinos se limitaron a la saca de Paracuellos organizada desde Perales y perpetrada por milicianos de Vallecas que ya traté en anterior capítulo. Y se tenían noticias de un sujeto llamado Eduviges Pantoja “…el que en la actualidad [1940] se encuentra en el pueblo de Perales (cerca de Madrid) o en Chozas de Canales, en la provincia de Toledo, cerca de Navalcarnero, y que su apodo es: Parlapianos y Pampirolada” que había participado en la detención y asesinato de Fernando Torregrosa, de Ocaña (Toledo)[128].
En Madrid vivía un portero con su mujer, ambos naturales de Perales de Tajuña. Era afiliado tradicionalista y las milicias de la Checa de Fomento lo detuvieron. José García García fue preso el 29 de septiembre del 36, torturado para sacarle otros nombres y el 1 de octubre aparecía su cadáver en el Puente de Arganda con heridas de armas de fuego en el pecho y la cabeza[129]. Los responsables del asesinato debían volver a su casa y se deshicieron del acompañante a medio camino. El 24 de noviembre por la noche se llevaron a los 15 de Perales para ser asesinados en Paracuellos del Jarama. Las órdenes fueron dadas por el Comité local y en la camioneta de Las Ventas los milicianos transportaron y eliminaron a los derechistas en las fosas abiertas para sepultar a varios miles de asesinados. Allí permanecen sus restos y las intenciones de los responsables políticos locales fueron llevar allí a otros 177 vecinos del pueblo que fueron inscritos en una tenebrosa lista.
Tielmes
En julio del 36 unos 18 revolucionarios de la localidad asaltaron la iglesia profanando y destruyendo altares, retablos, imágenes, etc., incluida la carroza de los Santos Niños, patronos del pueblo. El Comité de UGT incautó la cooperativa aceitera, la fábrica de harinas de Cantarranas y la fábrica de alumbrado que producía energía eléctrica con el Molino del Caz, propiedades de vecinos de derechas. En agosto del 36 a un vendedor ambulante le robaron 50 pesetas y todo lo que llevaba encima, fue lanzado al río por Antonio Martínez Cañaberas y Raimundo Martínez del Pozo con amenazas de muerte y revolver en mano. Los milicianos amenazaban a las familias de derechas con armas para que todas las semanas pagasen dinero que se ingresaba en el Comité de UGT, llegando a robar con esta extorsión 40.000 pesetas. El comunista Eusebio Martínez Bonilla animó a los milicianos a apoderarse del edificio del Sindicato Católico Agrícola de Tielmes.
El comité local y los milicianos denunciaron por teléfono a las milicias de Puente de Vallecas a unas 40 personas de derechas. De los cinco asesinatos de vecinos del pueblo ninguno se produjo en la localidad ni tampoco apareció ningún cadáver forastero en el término municipal. El 28 de septiembre del 36 fueron ejecutados cuatro de ellos, dos de estos en Vallecas con ensañamiento[130] (el alcalde y un interventor de Acción Popular) y otros dos en Vaciamadrid[131] (un representante de la Azucarera de La Poveda y un juez municipal suplente), y el último, un juez municipal, en septiembre en Madrid[132]. A Vaciamadrid al labrador Félix Gallego Martínez había sido trasladado en unos coches de la FAI y los responsables, según testimonio de su viuda, fueron el alguacil Mariano López, que fue quien lo detuvo, “Los Roques”, Mariano “El Breanón”, Justo Pedrito y otros[133].
El 21 de septiembre del 36 detuvieron a José del Castillo del Toro, natural de Tielmes y afiliado a Falange, dependiente de una tienda en Madrid. Al establecimiento entraron el marido de su prima “Patro Castillo” y  “dos policías desconocidos”, todos juntos fueron a la Checa de Fuencarral y nunca se volvió a saber nada del detenido[134]. El alcalde de Tielmes facilitó el domicilio de un madrileño, casado con una mujer de Tielmes, el militar Gonzalo Vallejo Peralta. Este fue detenido el 2 de octubre del 36, desapareciendo en una saca el 7/8 de noviembre. Supuestamente había sido trasladado a la Cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia), la realidad se llamaba Paracuellos. Dejaba viuda e hija de cuatro años[135]. También el día 7 de noviembre de 1936 desaparecía en Madrid el electricista Celestino Ruiz y Saez, natural de Tielmes y casado con una mujer de Chinchón. Vivía en una pensión madrileña y su viuda sospechaba de la denuncia de Julia González, huésped de la misma pensión[136].
Valdaracete
Según las acusaciones de la Causa General en agosto del 36 la maestra de niñas Natividad de Tomás señaló como objetivo destruir la iglesia lo que realizaron una veintena de personas de la localidad. Según los más ancianos del lugar las campanas fueron destruidas, así como las imágenes y fue frecuente que los soldados acuartelados por la Batalla del Jarama utilizaran todas las maderas del templo para calentarse del frío invierno o para cocinar, incluidas partes de los retablos y hasta el suelo. Las tallas de los santos fueron quemados y al sacerdote no le salvó ni la Virgen de la Pera, patrona de Valdaracete. En septiembre fueron destruidas dos casas de campo dejando en la ruina a dos familias de vecinos que tuvieron que vivir de la caridad. En la noche del 4 de mayo del 39 a la salida de una reunión de vecinos de derechas, parece que inducidos por la citada maestra, Doña Nati, fueron tiroteados con pistolas y escopetas provocando heridas a Teófilo García Paniagua y Antonio Monte Ocón. Del incidente hubo detenidos y afortunadamente ningún muerto que lamentar.
Mientras los paisanos, dicen que de derechas, se hacían el carné de la CNT salvaban sus cabezas de la represión. Fenómeno similar se produce al finalizar la guerra evolucionando de un anarquismo interesado a un falangismo embriagador. Claro que en el fondo usaban los mismos colores, la cobardía y la supervivencia. Una realidad social sorprendente cuya guinda la ponían los dirigentes políticos del lugar. Su ausencia facilitó que los agentes represores venidos de fuera se llevaran a los vecinos para ejecutarlos. Nos queda la pregunta de si ¿fueron llamados por ellos mismos o rehuyeron su defensa por cobardía? La imagen del sacerdote D. Antonio llevado preso en un carro de mulas desde Valdaracete a Chinchón por Marcelino Iglesias[137] y otros nos ilustra la actividad represiva del comité local que buscó, como los demás, huir de sus responsabilidades sobre los asesinatos de los vecinos.
Debido a la corta población parece que tan solo hubo seis asesinatos de vecinos durante la guerra y otros tres cadáveres aparecieron asesinados en el término municipal. Los vecinos Fidel Monterroso Fragoso (se trata del padre, 65 años), exjuez municipal y sin filiación política, y Gabriel Monterroso García, falangista, fueron asesinados el 19 de octubre del 36 en Vaciamadrid por Alberto Guillén (San Fernando de Henares) y un tal “Carbajo” (Puente de Vallecas). El tercero era el sacerdote Crescencio Monterroso García que ingresó en la Cárcel Modelo de donde salió para ser asesinado 7/8 de noviembre del 36, en las sacas de Paracuellos del Jarama. Además fue asesinado Arturo García Porrer Navarro, que según testimonio de Manuel Lúcas Arteaga[138] parece que era policía secreta, estuvo preso en la Modelo y quizás terminó sus días en una saca (¿Paracuellos?). Los forasteros aparecieron asesinados por arma de fuego en la carretera de Carabaña. Estos eran el labrador Isidro Moratilla (¿Brea de Tajo?) que apareció en la primera quincena de agosto del 36, en la segunda quincena el Sargento de la Guardia Civil Francisco Almarza Fernández, natural de Santa Cruz de la Zarza (Toledo) y residente en Fuentidueña de Tajo, más  a últimos del año 38 se recogía el cadáver de un tal “Francisco”[139] del que no conocemos ni los apellidos.
Un capítulo aparte merece la mención del asesinato del párroco de Valdaracete, Antonio Ontalvo Manquillo. Se trataba de un vecino de Chinchón de familia humilde que al sorprenderle el alzamiento rebelde se trasladó junto a su familia a su pueblo. Allí junto a sus padres el Comité local los “trasladaba” a Madrid cuando fueron asesinados a finales de agosto del 36. Además del cura D. Antonio tan solo destaca el intento de asesinato de una familia entera (padre e hijos). Uno de los hijos era sacerdote, otro huyó herido pero fue vuelto a fusilar y otro fue ejecutado. Un cuarto hijo huyó a sus 16/17 años refugiándose en Madrid y volviendo por el pueblo tras la guerra hasta que falleció hace pocos años, Víctor Monterroso García. 
Valdelaguna
La pequeña población no generó ningún muerto entre sus vecinos pero si apareció asesinado en un lugar llamado “Las Pozas” el cuerpo de un labrador de 33 años, Julián García Alcázar, vecino de Villarejo de Salvanés. Sin embargo en agosto del 36 se destruía y saqueaba la iglesia parroquial y el vecino Luis de Blas llevó una lista al Comité de Villarejo de Salvanés “para que vinieran a recoger unos vecinos para asesinarlos[140], aunque parece que finalmente no llegaron a un acuerdo y no se produjo la matanza. Los milicianos de Valdelaguna colaboraron activamente en la represión de Estremera al grito de la revolución social con pendones de victoria en la batalla de la injusticia. Los hijos del pueblo, oprimidos por años de explotación, vieron en esta ocasión la fórmula para levantarse frente a la clase dirigente. Rompieron sus cadenas asesinando con odio por la opresión de los trabajadores y por el triunfo de su libertad. Aunque algunos lo entendieron como que había llegado el día para dejar de trabajar.
Villaconejos
Antes del inicio de la guerra, 8 de marzo del 36, el labrador Antonio Velasco Sánchez, de filiación falangista, fue acusado de herir a un manifestante comunista. Ingresó en la cárcel de Chinchón y después fue llevado a la Cárcel Modelo de Madrid desde donde “desapareció” el 23 de agosto del 36 asesinado en un “paseo”, aunque otra fuente indica que lo mataron en el patio de la Cárcel Modelo de Madrid, siendo inhumado en una fosa común con otros 15 individuos en el Cementerio del Este. La denuncia, supuestamente falsa, que le acusaba de disparar había sido firmada por el alcalde y otros tres vecinos del pueblo. Su padre Víctor Velasco Contreras se había refugiado en Madrid para huir del estado de terror en que se sometió a la población religiosa y de derechas en los primeros meses de la guerra. Parece que un grupo de milicianos (paisanos) lo estuvo buscando en la capital hasta hallarlo en una taberna de Cuatro Caminos “donde se encontraba hospedado, huido de Villaconejos” en septiembre del 36. Conducido hasta la Dirección General de Seguridad fue ingresado en la Cárcel Modelo desde donde lo llevaron a Paracuellos en la expedición de presos del 7 de noviembre del 36[141]. También tenemos noticias del asesinato de Julián Fernández Adela, Osmundo Hernández Fernández o de Francisco Díaz Hita[142], patrón durante 15 años de Alejandro Hernández García, alias El Muerto. Este último fue condenado por otros delitos, no por su asesinato.
 El 10 de agosto del 36 los revolucionarios del pueblo destruyeron el templo parroquial de San Nicolás de Bari y la ermita de Santa Ana llevándose las imágenes religiosas a las afueras del pueblo para quemarlas. Se achacaba aquel delito a cinco vecinos nada más como responsables de aquellos sucesos. Asimismo a otros 24 vecinos les fueron robados diferentes productos desde el saqueo de una tienda de tejidos hasta muebles arramblando con ganado, grano, vino y aceite. Mientras algunos conejeros se refugiaban en una cueva de más de 300 años, perteneciente a frailes de la Orden de los Carmelitas Descalzos, además de los nueve cadáveres de vecinos de Colmenar de Oreja que fueron ejecutados el 24 de agosto del 36 en un paraje de Villaconejos (“la dehesa”) también fueron asesinados cuatro vecinos del pueblo. Debió ser en fechas inmediatas a la sublevación cuando el que fuera alcalde de la CEDA Víctor Velasco Contreras fue asesinado fuera de Villaconejos, el 22 de agosto del 36 el citado falangista Antonio Velasco Sánchez, otro falangista Pedro de Blas Sánchez fue asesinado frente a la Cuesta de la Reina de Aranjuez por el Capitán Pedro Fernández el 15 de julio del 37 y el también falangista Florencio Benavente Mesas fue ejecutado en término de Chinchón[143], sin conocerse ni la fecha ni quien lo mató, aunque posiblemente fueran milicianos de su pueblo con ayuda de los del Comité de Colmenar. En la documentación aparecen señalados como acusados de cometer asesinatos en Villaconejos también miembros del Comité de Aranjuez, lo que tiene lógica por su proximidad geográfica. Así en Villaconejos, con un arado de sangre, se escribieron páginas de historia con el puño levantado sobre la tierra de miseria y sudor, la misma donde hoy se crian melones.
Villamanrique de Tajo
El 28 de julio del 36 fueron destrozadas todas las imágenes y ornamentos religiosos de la ermita y de la iglesia. El templo parroquial perdió sus funciones religiosas convertido en almacén de paja, centro sindical de UGT y Salón de Baile[144]. No solo quemaron a la Virgen de la Purísima Concepción (órdenes de Juan Martínez Raboso que obedecieron cinco milicianos locales[145]) sino que también registraron las casas quemando toda clase de imágenes y destruyendo rosarios, medallas, libros religiosos, etc., en una verdadera fiebre anticlerical También se aseguraron el incendio del archivo parroquial así como el de la Guardia Civil. Había que limpiar el pasado poco glorioso de algunos milicianos. Entre agosto y octubre se procedió al saqueo y robo de una decena de casas de la localidad, entre las que estaban las de los asesinados.
Estos fueron tres el 28 de julio del 36 y otros dos el 7 de octubre. Los primeros fueron el cura párroco Jesús Torres Castel, el teniente de alcalde y agricultor Manuel Varo (o Varas) Sánchez y el perito agrícola José Vaquero Pérez. Sus asesinos los mataron a tiros cerca de Vallecas (apareciendo los cadáveres en el km. 9 de la carretera)[146] y fueron Leandro Garnacho Martínez junto a otros 6/7 milicianos de Puente de Vallecas. Los segundos eran el médico y exalcalde en la dictadura de Primo de Rivera Raimundo Plaza Sánchez y Rafael Plaza Sánchez, agricultor y fiscal municipal. Tras ser detenidos y llevados al Cuartel en el pueblo también fueron ejecutados de la misma manera a las afueras de Estremera (Cuesta del Piojo) por Ladislao Martínez Arcos y otros milicianos de Fuentidueña de Tajo. El asesinato de estos dos hermanos se había producido por cinco milicianos (Jefe de la Guardia Juan Martínez Raboso, José Pérez Torrijos, Bonifacio Brea, Domingo Manzanares Bernaldo) siguiendo órdenes del Comité de Fuentidueña entre los que destacaban el alcalde Anselmo García, el comisario político Genaro Ruiz, Pablo López, el presidente Antonio Bernaldo y Francisco Baró, en cuyo establecimiento “se fraguaban todos los crímenes y saqueos y tropelías de toda clase[147]. El 21 de agosto del 36 un hombre asesinado por arma de fuego llegó flotando por el río Tajo hasta la finca de Buenamesón. El cadáver de unos 40 años llevaba un crucifijo como referencia y fue sepultado en la misma finca donde apareció. Otro cadáver viajó de la misma forma hasta Villamanrique en octubre siendo descubierto en un lugar llamado Tejero. El cadáver era de un hombre joven que estaba en descomposición siendo también enterrado en aquel lugar[148]. También apareció asesinado el sacerdote Jesús Tomé y Calpe[149]. Negras tormentas se agitaron en el pueblo y las nubes oscuras les impedían ver desde las barricadas de la revolución el dolor y la muerte que llegaba flotando y era señalada con cruces.
Villarejo de Salvanés
De la violencia sucedida en este pueblo son fiel reflejo algunos datos que lo destacan entre todos los demás estudiados. Muchos de los fusilados de esta zona por el franquismo pertenecían a esta población que tuvo más de medio centenar de vecinos muertos por los revolucionarios con episodios de violencia extrema (según un documento fueron detenidos 200 vecinos de los que fueron asesinados 69)[150]. Entre ellos estaban los camisas viejas de Falange José Rivera Arrillaga, Vidal Ávila Pérez y Victorino Terciado Cobo de los que no se sabía al acabar la guerra ni quien los mató ni donde ni cuando, solo que cayeron bajo la bandera de la revolución.
Un suceso peculiar se relata en un documento incriminatorio de Aquilino Ortego Nieto, jornalero socialista de UGT vecino de Vaciamadrid, en donde se señala que el 19 de julio del 36 fue con otros milicianos armados de Vallecas hasta Villarejo para prestar ayuda a los izquierdistas y “sofocar el levantamiento de las personas de derechas que se encontraban sublevadas al lado de la Causa Nacional”. Desde la torre de la iglesia, donde fue herido el procesado, se disparaba a la población resultando muerta una señora que se encontraba en el patio de su casa y heridos otros vecinos[151]. Otro vecino fue asesinado en plena calle por una muchedumbre 
En julio-agosto del 36 se saqueó la iglesia parroquial, el convento, las ermitas de San Isidro, El Santo y El Calvario, las Escuelas de Primera Enseñanza, la notaría y más de veinte casas particulares. El Comité del Frente Popular de Villarejo y la XIV Brigada Internacional fueron los protagonistas de aquellos desaguisados. Entre los cadáveres de forasteros que aparecieron por el término durante la guerra estaban Julián Jarabo Jarabo y su hijo Justo Jarabo Rozalén de Carrascosa del Campo (Cuenca) asesinados el 24 de agosto del 36 en el km. 56 de la carretera Madrid-Valencia, Joaquín Roca Calduch de Alcalá de Chisvert (Castellón) asesinado el 28 de abril del 38 en Villarejo e Isidoro Condado Navas de Consuegra (Toledo) que mataron en el km. 3-4 de la carretera de Villarejo a Villamanrique. 
Medio centenar de vecinos asesinados durante toda la guerra era un porcentaje importante para un pueblo como este, aunque la memoria recordaba especial ensañamiento con el juez Antonio Ocaña Alcázar que el 18 de julio del 36 fue sacado de su domicilio, insultado y golpeado por una muchedumbre en la vía pública. Se escapó cobijándose en un corral donde fue nuevamente preso y después asesinado en la calle por Vicente Díaz Cuesta como centro de una algarada callejera. La anciana María García Martínez (71 años) fue asesinada por Antonio Díaz Alonso y Domingo Alonso García-Patrón. También en el ambiente de aquellos días de inicio de la guerra otra vecina que acababa de dar a luz sin estar recuperada, con hemorragia, fue paseada por el pueblo para diversión del populacho.
Antonia Muñoz Martínez-Treceño testificaba en mayo del 39 sobre lo ocurrido con dos hermanos, un sobrino y un cuñado (todos labradores) que fueron enviados a la Cárcel Modelo protegidos por la Guardia de Asalto el 19 de julio del 36. El alcalde Martín Alonso y su equipo de gobierno reclamaron su presencia y llamada la Guardia de Asalto llegaron en coche a la población para llevárselos. Parece que la casa estaba ya ardiendo con la familia dentro cuando llegaron las fuerzas de orden público. Un grupo de exaltados que formaban parte del Ayuntamiento de la población pretendió asesinarlos en la plaza del pueblo, pero ante la negativa de los guardias los revolucionarios aseguraron que los matarían entonces en la carretera. Finalmente fueron conducidos por las fuerzas de seguridad a la Cárcel Modelo de Madrid desde donde se les sacó, junto a otros del mismo pueblo, el 28/29 de octubre del 36 para asesinarlos[152]. Exactamente fueron 14 hombres de derechas de Villarejo asesinados[153] y por la fecha seguramente en las tapias del cementerio de Aravaca. También el 19 de julio Juan Cuesta Gutiérrez fue detenido por una camioneta de la Guardia de Asalto “que pasaba de tránsito” en la calle Mayor de Villarejo. Llevado a la Cárcel Modelo de Madrid “de donde fue sacado a las 12 de la noche del 30 de octubre” y nunca se encontró su cadáver[154].
El 7 de agosto del 36 en Perales de Tajuña fueron asesinados 8 vecinos[155] por un grupo de 30 milicianos. Contamos con dos testimonios sobre aquella saca. El tratante de ganados Anastasio Bueno Hernández fue detenido por milicianos del pueblo el 24 de julio del 36, conducido a la cárcel fue liberado dos días después y confinado en su casa hasta el 7 de agosto en que lo sacaron de su casa para matarlo en la carretera de Perales, localidad donde fue enterrado. Entre los 30 que formaban el grupo ejecutor estaban Lucio (Morante de la Cruz) “El Negrito”, “El Alcotán” y Francisco “El Jarillo”[156]. El 6 de agosto del 36 una treintena de milicianos de Villarejo detuvieron a Alejo García Pérez y Francisco García Ayuso, padre e hijo, y llevados a la plaza del pueblo los subieron a una camioneta junto a otros seis. En Perales los asesinaron y entre la treintena de milicianos se señalaba la detención por Lucio “Negrito”, Valentín Ayuso y Julián Zaragoza, que formarían parte del grupo junto a Mariano Calzón, “Cangrena el chico”, “Zaragoza el pequeño”, Martín Sánchez, Ángel Camarero, Fermín Díaz, Ramón Díaz, “Tomasín", “el platero pequeño”[157], etc., hasta la treintena[158].
El 18 de agosto un grupo de 30 milicianos[159] realizó otra saca de 8 vecinos[160] que de nuevo fueron ejecutados en Perales. Existen tres testimonios sobre aquellos asesinatos. El 15 de agosto fueron detenidos Félix Martínez Sanz y su hijo Leandro Martínez García, llevados a la Casa del Marqués fueron torturados y el día 18 fueron llevados al “apeadero de Morata” en Perales donde fueron ejecutados. Los detuvieron Melchor Lancha “El Melcherallo”, Julián García (García) “El Platero” y “el hijo mayor de Leandro Parla”. El crimen fue cometido por un grupo de 30 milicianos entre los que estaban los que habían detenido, Antonio Panadero, Zaragoza mayor, Valentín Ayuso y Candela la Canera, que proporcionó cuerdas y alambres para atarlos. Valentín Ayuso Raboso había amenazado al hijo anteriormente diciéndole que si quisiera lo mataría y que lo daba por muerto. El mismo sujeto se vanaglorió en una taberna del pueblo diciendo públicamente que “estaba ancho porque había matado al padre y al hijo[161]. Arturo García-Patrón Bonilla fue asesinado también por este grupo de 30 milicianos. Detenido el 16 de agosto del 36 por Julián El Platero, “Zaragoza el pequeño” y otro sujeto fue llevado a la Casa del Marqués donde lo torturaron y el día 18 llevado al apeadero de Morata, término de Perales, donde lo asesinaron. En el crimen se sospechaba la participación de los tres que lo detuvieron y además de Antonio Panadero, “Zaragoza mayor”, Valentín Ayuso (Raboso), Candela “La Canera” (que colaboró dando cuerdas y alambre para atar al ejecutado), Martín Sánchez, el Cabo de Serenos “Ignacio” que era primo de la víctima, y otros vecinos hasta un total de 30[162]. El 20 de julio del 36 Manuel Mejías Manzanero fue detenido por media docena de milicianos, entre ellos “el Tío Gitano”, pero a los pocos días fue puesto en libertad. De nuevo (17 de agosto) sufrió la detención por Lucio Morante y otros dos milicianos del pueblo y llevado a la Casa del Marqués. Torturado fue asesinado al día siguiente junto a otros siete del pueblo en Perales. Siendo algunos de estos víctimas de un ensañamiento exagerado. El forense reconoció cadáveres desfigurados en la carretera de Perales a Morata. Su cadáver fue enterrado en una fosa con los otros siete asesinados en Perales[163]. Al día siguiente, 19 de agosto, era asesinada en Perales la anciana de Villarejo Francisca Terrero Riesco, probablemente por los mismos milicianos. El 23 de agosto el vecino Gregorio Serna Rodríguez era asesinado en Arganda por ocho milicianos de la localidad[164].
Las hermanas Paula y Carmen Muñoz Martínez fueron detenidas por las milicias anarquistas del pueblo y puestas en libertad por el “Comité del pueblo de Vallecas”. Absueltas fueron entregadas a los milicianos de Villarejo el 21 de agosto del 36 que las asesinó el día 26/27 tras un “…intenso martirio entre el puente de Arganda y Pajares, apareciendo allí sus cadáveres”. Las detenciones las hicieron el sastre Eusebio Martínez, el carpintero Eusebio Panadero, Andrés (Sánchez López)[165] “El Carretero” y otros once milicianos de la CNT. El asesinato se achacaba al Comité del pueblo donde destacaba la descripción de una mujer que hasta ahora había pasado por un modelo de virtudes víctima del maltrato de la represión franquista: “Autores: el Comité del pueblo de Villarejo, entre ellos La Barata y una hija de Andrés el Carretero, Rosario, manca de la mano derecha, por herida de guerra, Lucio El Negrito, detenido en Alcalá”. A Eusebio Panadero, Andrés “El Carretero” y su hija Rosario “la manca” se les había visto por Madrid el día antes de la toma por las tropas franquistas[166]. El poema “Rosario Dinamitera” de Miguel Hernández fue escrito en 1937 y no incluía entre sus versos este renglón torcido de su heroísmo y valor. La hermana de las víctimas la implicaba en torturas y un doble asesinato por ser simpatizantes de Acción Popular, un partido de derechas. Rosario la Dinamitera fue una de las mujeres, junto a Paquita Cuadros, Isabel Sanz Toledano o Ana la de Vallecas, que formaron parte de las fuerzas defensivas del Guadarrama. Un lugar donde las pocas milicianas vestidas de forma castrense posaban con armas en fotografías que enviarían a sus familiares.
En septiembre mataron otros siete vecinos. El industrial Domingo Pérez Polo era asesinado por unos milicianos de Villarejo el 7 de septiembre a las afueras de Perales[167]. Después el 16 de septiembre se organizó una saca de cuatro personas, el cura, su hermana, su sobrina y otra mujer sin aparente conexión con los anteriores. El cura párroco Rufo Orea Pérez, con fama de buen orador y aficionado al deporte y a los toros, llevaba en Villarejo desde 1924. Encarcelado varias veces en el verano del 36 una noche el miliciano que vigilaba la Casa del Marqués donde estaba preso lo dejó salir y D. Rufo se marchó a la parroquia. Debía ser una persona querida en la población y no se debían atrever a asesinarlo. Unos días más tarde el alcalde de Villarejo llamó a los milicianos de Rivas y cuando llegaron al pueblo les dijo: “!Ahí teneis al cura!”. En la escena estaban su hermana y su sobrina que se agarraron a este para que no se lo llevaran mientras el cura suplicaba que lo mataran a él pero no a aquellas dos mujeres que quisieron proteger al sacerdote acompañándolo. Estas finalmente fueron asesinadas junto a D. Rufo, 16 de septiembre del 36, en la carretera de Arganda a Chinchón[168]. La tercera mujer asesinada fue detenida por Justo “El Chivito” y Teodoro “El Hospitalero” en su domicilio. Se trataba de Felicidad Rodríguez Alcalde, de 63 años y afiliada a Acción Católica. La llevaron al hospital del pueblo el 15 de septiembre y fue asesinada dos días después en la carretera de Arganda, en cuyo cementerio fue enterrada. El motivo lo había dado una tal “Matilde, que tiene tienda en el pueblo” afirmando que “…había que matarla ya que había ido a Madrid a visitar al yerno que estaba en la Cárcel Modelo[169]. Su asesinato fue una magnífica excusa para asaltar su casa y robar todas sus pertenencias.
Julián García Aparicio y Pedro Martínez fueron sacados de la cárcel de Villarejo para ser ejecutados pero un jornalero vecino de Vaciamadrid Jesús Alberca Carrión, alias “Chaleco”, solo pudo matar al primero dejando herido en una oreja y una pierna al segundo que pudo escapar (26/9/36). Las órdenes del asesinato las había dado el Alcalde y Presidente del Comité de Vaciamadrid Marciano Rivas Redondo, alias Pichila, el mismo personaje que participó en la detención y muerte de Felicidad Rodríguez y del cura párroco de Villarejo de Salvanés, siendo autor material de este y de Carmen Paula Muñoz a la que remató con su pistola[170].
Julián García París fue detenido el 19 de septiembre y asesinado al amanecer del 27. Su detención se hizo en su casa por Mariano Bolongue (que “se suicidó” en la cárcel acabada la guerra) y “el marido de la Hilaria la estofá”. Llevado a la cárcel el Comité local lo entregó a unos milicianos de El Porcal (Vaciamadrid) que lo mataron en el camino de San Martín de la Vega[171]. Serenos de Villarejo habían detenido a Victorino Terciado Cubo (natural de Estremera y residente en Villarejo) la noche del 27 de julio del 36 para terminar siendo ejecutado junto a otros en una expedición que salió de la Cárcel de San Antón el 30 de noviembre en dirección Alcalá de Henares y que como sabemos terminó en Paracuellos. Desde la detención pasó por la checa de Villarejo, luego a la Dirección General de Seguridad, después torturado en la Cárcel de San Antón y finalmente en las fosas de Paracuellos. Fernando Garnacho Panadero había sido despedido por su mala conducta de una fábrica dirigida por el asesinado. Tenemos el testimonio de una conversación con el también obrero de la fábrica Lucio Morante en los primeros días de la rebelión militar del 18 de julio. Según este diálogo había que matarle por ser patrono y por haber sido presidente de mesa electoral en las pasadas elecciones. Fernando Garnacho frecuentó la Cárcel de San Antón y se sospechaba que este lo hubiera incluido en la terrible expedición por razones personales. La viuda amenazada de muerte por el alcalde de Villarejo tuvo que refugiarse en Madrid, siendo sus propiedades y pertenencias asaltadas en beneficio del Comité[172].
En octubre 18 vecinos asesinados, 14 de ellos los de la Cárcel Modelo ya citados.  El 7/8 de octubre del 36 las milicias vecinales detuvieron en su domicilio a José Domingo Ayuso (alcalde y juez) y a Marcelino Alcázar Gutiérrez y llevados a la cárcel fueron asesinados en la madrugada del día siguiente en Belmonte de Tajo. Implicado en asesinato estaban Eusebio Panadero Garnacho, Andrés Sánchez López, Antonio Panadero (García) y otros[173], hasta un total de once[174]. Junto a estos dos fue fusilado el carpintero de 65 años Francisco Panadero Serna.
El labrador Julián García-Patrón Alcázar fue detenido el 6 de octubre del 36 por las milicias locales y llevado al Hospital Militar que había sido habilitado como cárcel. De allí se escapó conociendo que lo iban a asesinar pero fue capturado por las milicias de Perales de Tajuña hasta donde se desplazaron miembros del Comité de Villarejo para atender al evadido. Un tiro en el pecho y dos en la cabeza lo clavaron a Valdelaguna el 12 de octubre. Un grupo aproximado de ocho milicianos ejecutaron la operación y entre ellos estaban Francisco “El Pinche”, “Pairó” (Cipriano Peiró García) y un tal “Antonio el del Parador[175] (Antonio Panadero García). Y el 29 de octubre caían fusilados 14 vecinos en una saca de Ventas, ejecutados seguramente en Aravaca que era donde los sacaban para matarlos en aquellos momentos con mayor frecuencia.
 En noviembre cayeron asesinados por los milicianos otros ocho vecinos del pueblo. El 2 de noviembre uno en Villarejo, el 19 una saca de seis fueron ejecutados en Carabaña y el 30 de noviembre otro en Villarejo. El primero era el concejal Raimundo Alcázar Alcázar que al intentar ser detenido en su domicilio huyó por el tejado saltando a la calle desde este y fracturándose una pierna, trasladado al hospital después fue llevado en un carro al cementerio donde fue “enterrado vivo”. Los seis de la saca fueron ejecutados por una veintena de milicianos, habituales en estas tareas, y el último, un fotógrafo local de 72 años, Félix Muñoz Raboso, fue detenido en su domicilio por cuatro milicianos que lo mataron “a pedradas, palos y hachazos”. Su cadáver fue trasladado en procesión burlesca por una muchedumbre en una caballería hasta el cementerio. Parece que en este asesinato intervinieron siete milicianos y Martina alias “La Cota”.     
 Vidal Ávila Pérez vivía en la Casa Tercia de Villarejo. Había sido detenido por las milicias locales el 5 de agosto del 36 y trasladado a Madrid. De la Cárcel de San Antón salió el 30 de noviembre del 36, pero el 18 de diciembre fue vuelto a ser detenido y desde entonces no se tuvieron más pistas de él. Natural de Belmonte de Tajo residía en Villarejo como obrero del campo afiliado a Falange Española[176].
Adelaida Las Santas, natural de Villarejo de Salvanés y residente en Madrid, recibió la visita de un amigo, el falangista Luis Carmona, el 30 de agosto del 36 para cambiarse de ropa ya que se había fugado de la Cárcel Modelo. Al salir subió la portera para amenazarla por darle ayuda y el 4 de septiembre los milicianos de la FAI aparecieron en su domicilio para detenerla y pedirle las señas de Luis Carmona. Esta se negó pero en la portería les debieron dar suficientes datos como para que el citado estudiante de 23 años fuese detenido y a continuación desapareciese[177]. Otra víctima natural de Villarejo pero residente en Madrid, Elvira Hernández, quedó viuda a primeros de septiembre del 36 tras la detención de su marido por cuatro policías de la DGS. Le hicieron prestar declaración en la Casa del Pueblo de Tetuán y desde allí supuestamente volvía a su domicilio[178]. Nunca llegó por razones obvias. Oficialmente desaparecido, realmente liquidado por agentes de policía de la DGS, dependiente del Ministerio de la Gobernación del gobierno del Frente Popular de Largo Caballero. Apenas tenemos noticia del asesinato de otros vecinos como Cesáreo Alcázar? Mora que fue ejecutado en Villarejo de Salvanés, o de Raimundo Alonso Alonso (18/2/38), Celestino Domingo Fernández, Bernardo Domingo Samola, Pascual Espejo Higueras, Pedro Frades Pascual, Arturo García Patrón (¿García-Patrón?), Daniel Gutiérrez Domingo, Vicenta Gutiérrez Maroto, Miguel Mateo González-Cuevas, Manuel Polanco Fuentes, Sixto Polo Galisteo[179].  
En 1942 se buscaban los responsables del asesinato de Máximo Burgos Arribas. Los tres señalados eran un madrileño, Adolfo Hércules de Sola, Comisario Político de la 26 Brigada Mixta y dos vecinos de Villarejo. Uno había sido ejecutado en 1939, Domingo Alonso García-Patrón, y el otro, Anastasio Prudencio García (alias El Negro), andaba huido asegurando las autoridades locales que no había vuelto por el pueblo desde antes de acabar la guerra. Según las informaciones el sujeto había sido puesto en libertad de la Cárcel de San Antón en 1940 y en su domicilio tan solo vivían su mujer e hija en la inspección que se hizo el 5 de octubre de 1942. Las autoridades aseguraban que había patrullado con arma de fuego la localidad al inicio de la guerra interviniendo en saqueos, detenciones y era “supuesto participante en los asesinatos que se cometieron en dicho pueblo[180]. Sorprendentemente lo descubrieron en diciembre ingresado en la Cárcel de Porlier de Madrid. Algunos años después de aquellas arbitrariedades quedaban los rescoldos de aquel fuego del 36.
Los cerca de 350 asesinatos de los 16 pueblos del sureste de Madrid no fueron acciones aisladas de carácter local sino que obedecían al mismo impulso de la política de exterminio de derechistas que los responsables del programa de represión del gobierno del Frente Popular realizaron sobre todo en el verano, otoño e invierno de 1936. ¿Quienes eran los responsables? Eso es otra historia.